Socialismo se hace al andar

Socialismo se hace al andar

José Ignacio González Faus


No tenemos un modelo fijo y cerrado de socialismo, patentado por un inventor e impuesto de arriba abajo por unos «sacerdotes» de lo social. Eso degenera en dictaduras que imponen camisas de fuerza. El socialismo ha de construirse entre todos. Demanda una conversión ética que nos haga, ante todo, capaces de soñar: soñar socialismos, parodiando a Machado que soñaba caminos. Y caminar juntos en ese sueño. Las estructuras convertidas ayudan a las personas a ser mejores si éstas, a su vez, se han convertido para crear esas estructuras nuevas y, luego, para no abusar de ellas como sucedió en aquellos modelos que conocimos de «socialismo real» (mejor diría yo irreal).

Además de ético, el nuevo socialismo habrá de ser un socialismo «dialéctico» (parodiando lo que decía Marx del materialismo): que tenga en cuenta la doble polaridad de lo real, y procure no dejar de lado ninguno de los dos polos, so pena de despeñarse por la derecha autoritaria o por la izquierda irresponsable.

Estos dos principios sugieren estas indicaciones:

1.- El socialismo de futuro tendrá mucho que ver con la moral de la propiedad y recuperará la primitiva visión cristiana de ésta.

En el Centro «Cristianismo y Justicia» de Barcelona, estamos preparando unos Cuadernos que muestran hasta qué punto la actual moral de la propiedad en nuestras democracias es profundamente anticristiana, y brota de Locke y Hobbes más que de los evangelios o de los padres de la Modernidad. Sorprende que el magisterio eclesiástico no se haya ni enterado de esto: pues no sólo los Padres de la Iglesia, sino el mismo santo Tomás era enormemente radical en el principio de que todo cuanto a uno le sobra deja de ser suyo. Por razones de estímulo (y paradójicamente para la visión de hoy) Tomás era más condescendiente con la propiedad de los medios de producción. Pero hay que tener en cuenta que éstos, en su época, se reducían a la tierra. Y la propiedad de la tierra es muy distinta de las propiedades financieras (o incluso industriales), que son mucho más anónimas. Probablemente fue la falta de capacidad de la Iglesia desde el segundo milenio, para darse cuenta de que los tiempos cambian, limitándose a repetir fórmulas intocables del pasado, la que hizo perder autoridad a la moral cristiana sobre la propiedad, abriendo paso a las teorías de Locke y sus congéneres.

En una sociedad de propiedad limitada no habrá sólo «salarios mínimos» sino sobre todo salarios máximos. Con impuestos progresivos, con expropiaciones o como sea, se evitará lo que acaba de denunciar P. Krugman, norteamericano y Nóbel de economía: hace unos treinta años las diferencias salariales entre los trabajadores y el director de una fábrica eran de uno a diez. Ahora son de uno a cuarenta.

2.- El socialismo del futuro reclamará una economía planificada. Pero no centralmente planificada (porque eso equivale planificar desde la Luna, sin mirar a la Tierra), sino con una planificación «autonómica». Que deberá ser coordinada desde algún «centro», sin duda; pero coordinar no es lo mismo que imponer.

Hablar de planificación económica significa no dejar que las fuerzas campen al albur del deseo o de la improvisación, prohibiendo a los poderes públicos intervenir en la economía, pero reclamando luego su intervención (y culpándoles) cuando la espontaneidad del mercado genera algún desastre: ya sea ecológico, o de eso que se llama «burbujas económicas», o de desatención a necesidades cuya satisfacción es menos rentable (donde el ejemplo típico son las industrias farmacéuticas, que anteponen las manías de los ricos a las más elementales necesidades sanitarias de los que menos tienen), o bien, finalmente, para arreglar las violencias que suele desatar la injusticia del espontaneísmo cuando por fin la gente se harta...

Curiosamente, Juan Pablo II habló en la Laborem Exercens (14) de esta forma de planificación. Tras declarar que estatalizar la propiedad de los medios de producción en un sistema colectivista, no equivale a socializar, habla de que «toda persona, basándose en su propio trabajo, tenga pleno título a considerarse ‘copropietario’ de esa especie de gran taller del trabajo en el que se compromete con todos». Y propone no sólo «asociar el trabajo a la propiedad del capital», sino además «dar vida a una rica gama de cuerpos intermedios con finalidades económicas... que gocen de autonomía efectiva respecto a los poderes públicos, que persigan sus objetivos específicos... y que ofrezcan forma y naturaleza de comunidades vivas».

3.- El socialismo del futuro tendrá un mercado, pero sin marketing, o con mínimos de éste. Como ya escribí otra vez, el marketing es la muerte del mercado. Porque sustituye aquel encuentro personal en que se dialoga y resulta lo mejor para ambas partes (como describió extasiado Adam Smith), por una manipulación anónima que, con la excusa de informar, engaña y seduce halagando casi siempre los instintos más rastreros de superioridad o sensualidad fácil. Si los nuevos productos requieren alguna información ya se encargarán de ello los poderes públicos, aunque haya que imaginar de qué forma.

4.- El socialismo del futuro tendrá unas dosis mínimas de competitividad y unas dosis máximas de colaboración. La competitividad moderada es muy buena porque estimula: es como la sal que sazona un buen alimento. Pero el capitalismo actual ha sustitui-do la colaboración por la sola competitividad: es casi como si sólo comiéramos sal. Ello ha convertido la economía en una ácida guerra de todos contra todos.

5.- El socialismo del futuro no lo esperará todo del solo crecimiento. Estamos hartos de oír que, para acabar con la pobreza, hay que crear riqueza. Ello es falso por dos razones: en este momento, hay riqueza suficiente en el mundo para paliar las necesidades básicas de todos. Y además: nuestro sistema económico sólo sabe crear riqueza a condición de repartirla mal. Por eso ocurre que los milmillonarios crecen poco en número pero mucho en cantidad de millones: mientras que lo pobres crecen cada vez más en número pero muy poco en alivio de su pobreza.

Además, el crecimiento a secas ha puesto todo el desarrollo humano sólo en lo cuantitativo. El crecimiento global en humanidad se va viendo imposibilitado por nuestra forma de crecimiento sólo en cantidad de dinero. Los ricos también lloran, decía un espantoso serial latinoamericano. Pero lo curioso es que la gran verdad de ese título se utilizaba sólo para evitar que los pobres quisieran «enriquecerse», y dejaran de envidiar a los ricos. No se utilizaba para lo que lógicamente se seguiría del título: vamos a hacer que los ricos no lloren y, para eso, vamos a liberarlos un poco de las ataduras de su riqueza...

Se puede seguir soñando pero quizá no hace falta más. Lo decisivo es que eso sólo será posible si lo queremos todos o la gran mayoría de nosotros. La imposición por la fuerza se convierte a la larga en un tejado de vidrio que debilita la propia postura. Por eso ha de reducirse a mínimos. Hoy se va viendo cada vez más que capitalismo y democracia son incompatibles, y que los únicos derechos vigentes no son los derechos humanos sino los derechos del dinero. El socialismo del futuro debería mostrar que socialismo y democracia son mucho más afines.

Para ello, hablando ahora a creyentes, habría que comenzar a pensar más en una democracia de raíz bíblica. No la democracia griega de la que tanto presume Occidente y que era democracia sólo para unos pocos y necesitaba de la esclavitud para funcionar (y dicho sinceramente: ¿hemos progresado mucho respecto de eso en la democracia actual?). No ésa, sino la configuración del pueblo que describe, por ejemplo, el libro de los Jueces, tras el establecimiento en la tierra: una sociedad donde prácticamente no manda nadie porque manda Dios. Y el mandato único de Dios es que todo se haga entre todos. Eso sí que constituiría un «destino manifiesto»: pues dicha expresión sólo significaría una obligación de ejemplaridad, y no una excusa para conquistar a los demás...

Pero eso es muy difícil. M. Roshwald escribe que, aunque el refrán popular dice aquello de que «el hombre propone y Dios dispone», en la Biblia es al revés: Dios propone y el hombre dispone. Hasta ese punto respeta Dios nuestra libertad. Y el resultado es que aquel mismo pueblo que había intuido esa forma modélica de organización, acabó prefiriendo la monarquía (a pesar de los avisos de Dios), para «ser más grande», por envidia de los imperios circundantes. Y a corto plazo pareció tener razón: Israel conquistó un esplendor nunca visto. Pero a largo plazo había firmado su propia sentencia de muerte: fue pasando del esplendor davídico al desastre, no sólo militar sino interno, con la división del pueblo y la galería interminable de monarcas corruptos y crueles. Razón había tenido Dios. Y este aviso no convendrá olvidarlo a la hora de soñar socialismos.

Finalmente, para evitar los voluntarismos calvinistas o marxistas, habría que procurar construir el socialismo cantando o danzando: la danza es una expresión enormemente comunitaria, es alegre y vale por sí sola. Un popular autor español canta que «bailar es soñar con los pies». Ojalá consigamos que la construcción del socialismo se haga soñando con las manos y con los corazones. Seguro que entonces duraría más.