¿Somos libres?

¿Somos libres?

María López Vigil


No somos libres para elegir quiénes nos engendran, de quiénes nacemos, quiénes serán nuestro padre y nuestra madre, nuestros hermanos y hermanas, qué genes nos serán transmitidos en esa recombinación con que el puro azar nos marcará desde el rostro hasta el alma. No somos libres para seleccionar lo mucho que heredaremos en la ruleta de la vida. Pero sí somos libres para decidir qué haremos, qué personalidad nos construiremos con ese engranaje único e irrepetible de genes, con sus ventajas y desventajas, con sus potencialidades, posibilidades y limitaciones.

No somos libres para elegir el sexo con el que nacemos: niñas o niños, masculinos o femeninas, con una o con otra orientación sexual. Pero sí somos libres para aprender y para decidir vivir y disfrutar nuestra sexualidad siempre como expresión de amor y comunicación, nunca como expresión de poder y de violencia.

No somos libres para escoger el color de nuestra piel. Pero sí somos libres para no menospreciar ni envidiar a nadie que no tenga nuestro color. También lo somos para respetar, valorar y celebrar los colores de todas las pieles.

No somos libres para elegir la lengua en la que aprendemos a hablar, las palabras y los matices con que pondremos nombre a las cosas. Pero sí somos libres para elegir qué palabras hablaremos en esa lengua, a quiénes las diremos y para qué las pronunciaremos. Hominizados y humanizados por el lenguaje, con el poder de la palabra podremos oprimir o liberar, enseñar o entontecer, podremos dañar o sanar, crear y cambiar o repetir y repetir. Podremos embellecer el mundo o afearlo. También podremos aprender otras lenguas y en sus otras palabras descubrir los muchos otros acentos con que otras gentes le dan nombre a las cosas del mundo.

No somos libres para elegir la religión en la que seremos educados. Porque todas las religiones son expresiones del país, la cultura, el pueblo o la familia en donde nacemos. Todas, caminos distintos para buscar la Realidad Última. Todas con atajos equivocados y con recodos de hermosos paisajes. Pero sí somos libres para aceptar o rechazar las creencias, los dogmas, las prácticas, los ritos, los mediadores, las autoridades de la religión aprendida. También lo somos para revisar todas esas tradiciones, para re-pensarlas y decidir si nos nutren, si nos dan sentido, alegría y libertad. O por el contrario, si son barrotes de una prisión ideológica en donde abundan culpas, miedos y represiones, una cárcel de la que somos libres para escapar.

No somos libres para elegir nacer en pobreza o en riqueza, con la vida asegurada o con la vida carenciada. Pero sí somos libres para elegir si compartimos o no lo que tenemos, si nos arriesgamos o no a luchar por hacer menos desigual el mundo en que nos tocó vivir, si vivimos contemplando las injusticias del mundo o contribuimos a transformarlas.

No somos libres para elegir el país donde nacemos. Pero sí somos libres para elegir otro país donde vivir, donde trabajar, donde luchar, hasta donde morir. Y en ese país de adopción también somos libres para contribuir a que vivan con dignidad quienes llegaron hasta ese mismo puerto no libres, sino forzados por el desempleo, el hambre, la guerra o la violencia.

No somos libres para dejar de sentir temor, miedo, hasta pánico, uno de los dos mecanismos que la sabia ley de la evolución dejó inscrito más arraigadamente en nuestra psique para garantizar nuestra sobrevivencia. Pero sí somos libres para enseñorearnos del miedo, para confesarlo cuando lo sentimos sin avergonzarnos y para acompañar los miedos de nuestros hermanos y hermanas hasta que logren superarlos.

No somos libres para elegir la época en la que nos toca vivir, ni para determinar cómo seremos recordados. Pero sí somos libres para luchar por la justicia en el tiempo de nuestros años, con sus incertidumbres, sus desafíos y sus esperanzas. Sí somos libres para poner en juego en esa lucha todo el corazón que tenemos. Más allá de nuestro tiempo, nos recordarán por el fuego que pusimos en esa lucha.

 

María López Vigil

Managua, Nicaragua