SOSTENIBILIDAD DE LAS MEZCLAS DEL MUNDO, ¿ES POSIBLE ELIMINAR LA VIOLENCIA? (PARTE II)
IVONE GEBARA
¿Podemos eliminar la violencia presente en la vida, y en la vida humana en particular? Era el punto del mi artículo anterior. Sí, podemos crear pequeñas comunidades de amigos/as para hablar de nuestras vidas y nuestras elecciones, con la atención siempre puesta en la realidad del ser interior conectado a los demás. Cualquier gesto que hagamos, cualquier política que propongamos, cualquier devoción que tengamos es siempre contingente y tiene consecuencias para el presente y el futuro. Estamos invitados/as a despojarnos de concepciones fijas de justicia e injusticia y a darnos cuenta que el pastel social no se hace solo con mi harina o mi mantequilla, sino con varias. Para vivir mejor colectivamente, estamos invitados/as a educarnos a la complejidad de la vida y familiarizarnos con nuestra impotencia para eliminar todas las injusticias y violencias de nuestro mundo.
Algunos dirán que en este texto desarrollo una posición relativista. Yo diría que es solo una posición a la vida tal como se nos presenta hoy. Otros dirán que estoy huyendo de la tradición cristiana que afirma la victoria final del bien sobre el mal. Yo diría que estoy convencida que, a veces, el bien común y el bien individual parecen vencer en ciertas situaciones y en otras la tragedia de la destruicción de unos por otros parece ocupar la primera página de nuestro tiempo. Así que no sabemos todo lo que ocurre en el juego de la vida, pero tenemos que prepararnos para retomar una y otra vez los caminos de amor al prójimo como a nosotros/as mismos/as. Este es un criterio que la sabiduría humana, incluyendo la ética del Evangelio de Jesús, nos invita a acoger.
De este modo, propongo una aventura cognitiva especial para comprender el funcionamiento de la fuerza vital y de la violencia que nos habitan y que siempre nos han habitado. Fue la violencia reconocida como camino hacia el bien por el pueblo que crucificó a Jesús de Nazaret y luego lo proclamó divino. Fue la violencia que mató y mata a cristianos, judíos, musulmanes, budistas, candomblecistas, agnosticos y ateos y luego los declara héroes y heroínas de la patria. Es la violencia que mata a los bosques y a sus habitantes, la que crea sub-personas dependientes de quienes, socialmente, se creen personas. Es la violencia la que produce las muchas contradicciones que nos habitan y de las que no queremos salir. Finalmente, somos esa contradicción viva, esa desproporción entre lo que
pensamos y lo que hacemos, somos también esa acusación que dirigimos unos contra otros, esa necesidad de ser inocentes y los otros culpables. Nos apropiamos de la lógica de los imperios, de los dominadores, de los que son jueces en causa propia y con algunas diferencias la hacemos también nuestra propia lógica reproduciéndola de muchas maneras.
El reto es intentar salir de esa lógica de forma continua y renovada pues nos acomodamos a ella como a un destino. Por eso, nos invitamos mutuamente a ir más profundo en la tierra humana que somos. A cavar, a cavar una y otra vez para encontrar la humedad, el hilo de agua que pueda nutrir nuestra tierra sedienta de ternura y solidaridad.
Esta es una invitación que la mezcla de la vida nos hace hoy para salir de las muchas ilusiones y rabias que nos habitan. En el fondo sabemos que somos invitados a entregar los excesos de vida, los excesos de tener y de poder para que otros vivan con dignidad y tengamos algo parecido a la ‘vida en abundancia’.