Sumak Kawsay y Reino de Dios

Sumak Kawsay y Reino de Dios

¿Qué dice el «Sumak Kawsay» indígena al «Reino de Dios» de Jesús de Nazaret?

José María Vigil


Sumak Kawsay (SK) es una utopía indígena, con diversos nombres y matices en las diferentes lenguas y culturas de Abya Yala, que en los últimos años viene adquiriendo un rostro y un peso nuevo en la conciencia latinoamericana, porque está siendo propuesta con nueva fuerza al Continente por parte de los pueblos indígenas, reivindicándola como su aportación propia a la construcción de la sociedad que todos deseamos.

Jesús de Nazaret también hizo su propuesta, la utopía del Reino de Dios (RD), la que sus seguidores hemos hecho nuestra en el cristianismo liberador. Los cristianos latinoamericanos no estábamos acostumbra-dos a habérnoslas con otra utopía que la de Jesús. ¿Cómo encajar ahora la presencia de la utopía indígena del SK? ¿Podemos habérnoslas con las dos utopías?

Algunos dicen que los cristianos/as sólo podemos atender una utopía, la de Jesús, que ninguna otra merecería nuestra atención. Otros dicen que la propuesta de Jesús es completa y no podría ser enriquecida por ninguna otra... ¿Son combinables las dos utopías? ¿O son tal vez la misma?

¿Sólo la Utopía de Jesús, el Reino de Dios?

Hay que recordar ante todo que la utopía de Jesús no fue una invención suya... Él tomó la idea y la expresión RD de la utopía que los profetas venían anunciando y proclamando hacía varios siglos. Jesús no pretendió ser original; asumió la utopía de su pueblo, quedándose con lo mejor de la misma.

Por otra parte, tal como el cristianismo la ha asumido, la utopía de Jesús, el RD, no tiene un contenido perfectamente definido, ni es un paquete cerrado... Más bien, como «u-topía» (sin lugar) que es, es una aspiración profunda, un horizonte ideal en el que siempre se explicitan nuevos sueños...

Más aún: no es que sólo el cristianismo sea utópico; otras muchas culturas y pueblos lo han sido, y lo son. En realidad, el cristianismo, durante la mayor parte de su historia, perdió su dimensión -histórico--utópica, al convertirse en religión de diferentes imperios, nada amigos de utopías sociales transformadoras... De hecho, el cristianismo liberador, el de la teología y la espiritualidad de la liberación, representa una recuperación histórica del «movimiento de Jesús», lo que él realmente inspiró, una apasionada búsqueda histórico-utópica no de «otro mundo», sino de este mismo, pero introducido totalmente en el sueño de Dios y de los seres humanos mismos...

Muchos pueblos -quizá todos, de alguna -manera- viven la nostalgia de un «otro mundo» al que se sienten convocados por una fuerza misteriosa que los lleva a todos a converger en la búsqueda del Bien... Todo corazón humano sueña con la utopía, con el amor pleno, con el Bien...

¿Dónde encontrar ese mundo? ¿Cómo dar rostro concreto a esa utopía? Jesús no dio una «definición» de RD. Un adagio teológico tradicional nos lo pone más fácil: ubi bonum, ibi regnum, «donde está el bien, allí está el Reino». ¿Qué es esa utopía del RD con la que soñamos? No sería otra cosa que... «la suma de todos los bienes, sin mezcla de mal alguno». Todos los seres humanos, todos los pueblos han soñado y sueñan con el Bien, con el Bien mayor, y con la Vida, la Vida en plenitud, imaginada de una u otra forma.

En realidad, la Utopía humana nunca podrá ser definida, porque en ese momento quedaría limitada, y paralizada. Conforme avanzamos en el camino de la historia el horizonte utópico se va alejando, desvelando nuevos paisajes, nuevas lagunas a ser rellenadas, exigencias renovadas para la consecución del Bien y de la Vida en plenitud. En ese intento de concretar la utopía global de la humanidad en cada momento histórico, ¿no cabrán todos los aportes, los antiguos y los nuevos, los de unos y los de otros? ¿Será que la Utopía es una originalidad que los cristianos podemos reivindicar en exclusiva?

Si no creemos ya que haya «pueblos elegidos», ni pueblos «dejados de la mano de Dios», sino que el Misterio de la Realidad Última se comunica con todos ellos, a su manera, desde las limitaciones y las posibilidades de cada cultura, bien podemos admitir que:

- todos los pueblos pueden aportar su gracia, su búsqueda, su inspiración, su intuición de la Utopía,

- nosotros mismos tenemos límites, y sobre todo incoherencias y contradicciones -como cualquier cultu-ra, como toda realidad humana-. Entonces, la actitud más correcta sería apertura de corazón, la escucha de todas las aportaciones que buscan el Bien y la Vida plenos, acogiéndolas como venidas de la misma única fuente que a todos nos inspira. Al final descubrimos que todos los diálogos sobre la Utopía, no sólo nos enriquecen y nos confrontan, sino que convergen con las aspiraciones profundas de todo ser humano.

Qué dice el Sumak Kawsay al Reino de Dios

Con una actitud así, abierta, humilde y macroecuménica, será fácil dialogar, incluso «dejarse interpelar» por el SK. Veamos:

• RD y SK, en el fondo, de alguna manera, coinciden. Si la Utopía que anunció Jesús, por la que vivió y luchó, fue la Vida, y la Vida en abundancia (Jn 10,10), en plenitud, ¿qué otra cosa significa SK, el Buen Vivir, sino vivir en plena armonía con nosotros mismos, con la comunidad, con la Naturaleza y con el Misterio? Coincidencia de fondo, convergencia histórica, complementariedad inevitable...

• Al coincidir con el RD, el SK nos recuerda un elemento esencial que el cristianismo olvidó durante muchos siglos: que el RD no puede ser sólo para otro mundo, sino que se inicia y debe construirse ya en este mundo. El Buen Vivir y Buen Convivir nos recuerdan a los seguidores de Jesús que el RD también es una utopía intrahistórica, y que se debe construir realizando y expandiendo el bien aquí: ubi bonum, etiam ubi bonum vivere... ibi regnum.

Demasiado tiempo estuvo el cristianismo histórico pensando que el RD sería un reino interior, espiritual, de las «almas», una realidad «sobre-natural» (y con frecuencia un tanto contra-natural, enemiga de las realidades naturales). Demasiado tiempo los cristianos vivieron obsesionados sólo por la vida después de la muerte, por el cielo o el infierno... El SK nos recuerda que también el RD se debe construir aquí, en esta vida antes de la muerte, en este mismo mundo.

• Tal vez, la mayor lección que SK nos da a los cristianos tiene que ver con la naturaleza. El cristianismo, que como ya reconocen muchos, ha sido «la religión más antropocéntrica» (Lynn White), ha vivido de espaldas a la naturaleza, ignorándola por una parte y, por otra, sometiéndola a una depredación inmisericorde. El SK nos recuerda que debemos superar ese «punto ciego ecológico» que de hecho el cristianismo ha sufrido en su historia.

Hará falta en primer lugar superar el antropocentrismo, o «especismo» (cfr. Pedro Ribeiro en esta misma Agenda, p. 222), por el que no hemos tenido ojos más que para el mundo humano, y liberar a la naturaleza del desencantamiento a que la hemos sometido con el antropocentrismo primero, y con el racionalismo cartesiano y el mecanicismo newtoniano después. Reencantar nuestra visión de la naturaleza, reconocerle su dimensión mistérica, y sobre todo, reconocernos parte de ella y necesitados de integración armoniosa y plena con su vida, es ya una «revelación» urgente que debemos agradecer al SK.

• El SK nos hace el inmenso favor de recordarnos y de denunciar la complicidad todavía no superada del cristianismo con el modelo occidental de comprensión del mundo, es decir, con el capitalismo, la injusticia sistémica, el desarrollismo, la minusvaloración de la naturaleza, la devastación de los recursos naturales... Son defectos graves, antiutópicos, antiecológicos, que no han caído del cielo, sino que han nacido dentro de la matriz cultural cristiana. Y están todavía ahí, consentidos por buena parte de la institución, y todavía bien instalados, hasta el extremo de poner en peligro la integridad del planeta sin que la sociedad «cristiana» sea capaz de despertar y frenar el desastre que se nos avecina. El SK nos recuerda que sin resistir al capitalismo y al modelo occidental depredador, el RD no quedaría realmente actualizado tal como Jesús lo anunciaría y practicaría hoy.

• Como utopía que es de pueblos hermanos que fueron oprimidos y sometidos, privados incluso del derecho a hacer su contribución peculiar a la sociedad humana con sus riquezas culturales y religiosas, la reivindicación actual que los pueblos indígenas hacen de su cosmovisión utópica no puede más que ser saludada con entusiasmo por los cristianos/as, como un signo de que Dios exaltó a los humildes, derribó lo que se había instalado en un trono opresor, y habló y sigue hablando por boca de muchos, especialmente de los pequeños.

• El SK debe ser para nosotros un llamado a la humildad, a la rectificación, y a una nueva actitud histórica y política. Y a la vez debemos hacer un aporte crítico a nuestros hermanos indígenas, que tratan de recuperar y reconstruir retrospectivamente su patrimonio tradicional utópico, pues también ellos pueden caer en la incoherencia y en la falta de testimonio.

 José María Vigil

Panamá, Panamá