Teología de la Liberación: sus grandes cuestiones en este final de siglo

Teología de la Liberación:
Sus grandes cuestiones en este final de siglo

Clodovis Boff


La TL se caracteriza por tres rasgos:

1. Es una teología profética. No se contenta con la mera teoría de la fe. Procura siempre confrontar Fe y Vida, Palabra e Historia, Reino y Mundo. Se fundamenta precisamente en ese contraste. En ese sentido se dice a veces que la TL es una teología crítica y dialéctica, pero más apropiado es decir que es una teología profética.

2. Es una teología utópica. Procura siempre abrir caminos para la acción. Habla de la necesidad y de la posibilidad de un mundo nuevo. No es que dé recetas. Simplemente, ofrece inspiración para la práctica. Se compromete con la transformación. Quiere alimentar la esperanza y la caridad.

3. Es una teología cargada de emoción. Es lógico: su lenguaje no puede ser el del frío análisis, pues nace del grito del dolor y de la esperanza de los oprimidos de la tierra. Por eso, está atravesada toda ella por la iracundia sagrada contra las injusticias y por el sueño de un mundo menos inhumano.

De todo ello se deduce que la TL es una teología concreta, que parte de la realidad y se orienta hacia una práctica eficaz. No es una teología abstracta doctrinaria. En ese sentido es una teología eminentemente pastoral, porque está volcada enteramente a la vivencia de la fe y a la evangelización.

Precondición para todo eso es que el teólogo esté vinculado orgánicamente con el caminar del pueblo, con el proceso eclesial y social. Sin un mínimo de compromiso vivo y concreto con la realidad y la lucha del pueblo, el teólogo no consigue poner en su discur–so ni profecía ni utopía ni sentimiento.

La gran cuestión: opresión/liberación

Para saber cuál es el gran problema que debe afrontar la TL en este final de milenio no hace falta ir muy lejos: es el viejo problema de la miseria de las masas. Fue a partir de ahí de donde nació la TL, o más exactamente a partir del contraste entre la fe cristiana y la presión de las mayorías.

Quien todavía no descubrió eso y no lo tomó en serio, seguirá buscando cuestiones como la de la cultura técnico-industrial, la modernidad, la crisis del socialismo o la unificación económica del mundo. Como si la dolorosa cuesión de la marginación secular de las masas ya hubiese sido superada por haber pasado de moda.

No. La cuesión de la miseria y la opresión de clases, razas y culturas enteras continúa muy presente en nuestro mundo y se presenta mucho más grave que antes. Más: a medida en que la contradicción ideológica Este/Oeste ha disminuido, ha emergido la contradicción Norte/Sur, Centro/Periferia. De ahora en adelante, el equilibrio del mundo se establecerá, cada vez más, sobre este eje.

Se dirá que todo esto no es un problema específicamente teo–lógico, sino más bien social. No. La cuestión de la miseria de las masas es un problema rigurosamente teológico, en la medida exacta en que esa miseria no seignifica solamente opresión e injusticia, sino sobre todo «pecado social» y contradicción con el «plan del Creador y la honra que le es debi–da» (Puebla 28). De hecho, en la cuestión el pobre es Dios mismo quien está en cuestión.¿Cómo podría un teólogo no entrar en ello?

En una palabra: lo que está en juego en todo eso es la opción evangélica por los pobres. Ahora bien, esa opción es para la Iglesia y la teología una «cuestión de principio», no una cuestión meramente estratégica. La memoria de Jesús en la comunidad de fe ha de andar siempre junto con la memoria de los pobres, como recomiendan los Apóstoles a Pablo (cf Gá 2, 10). El olvido del pobre es un peligro constante, también para la Iglesia. La TL representa un alerta poderoso de la «memoria de los pobres» en virtud de la «memoria de Jesús».

Recientemente apareció un nuevo factor que obliga a la TL a retomar la cuestión de la opresión/liberación de las masas. Es la crisis del socialismo. Ello impone una seria revisión de la reflexión teológica. En tres niveles:

1. En el nivel del análisis, la crisis del socialismo, con el subsiguiente fortalecimiento del capitalismo liberal, obliga a la TL a revisar sus paradigmas de interpretación de la realidad social. No se trata de abandonar ahora la interpretación dialéctico-estructural; eso sería negar la realidad misma, que entre nosotros se impone por su propio carácter trágico. Se trata de dar a los análisis más flexibilidad y concreción, y de enrique–cerlos con nuevas contribuciones teóricas.

En ese sentido se percibe que el capitalismo y el socialismo no pueden ser estudiados solamente como modelos abstractos y puros, sino como modelos concretos y operativos. No que debamos ahora aceptar la panacea de la «economía de mercado», sino que superando esquematismos elementales, es necesario preguntar, por ejemplo, por el lugar el mercado en una nueva economía o en un «nuevo socialismo». En ese nivel se plantea también para el tercer mundo la cuestión de la «mundialización» actual de la economía y la necesidad para nuestros países de mantener en ese proceso su autonomía mediante su solidaridad interna. Frente a ello, la Iglesia y la teología tienen también su responsabilidad.

2. En el nivel de la estrategia, la crisis del socialismo repercutió menos, en la medida en que no cuestionó a la TL su convicción de que la transformación revolucionaria de la sociedad se da a través de un proceso de la más amplia participación de las masas y no a través de un acto abrupto de minorías iluminadas, aunque generosas. El desarrollo económico autónomo, la democracia política y la lucha por la igualdad y la justicia social se han de llevar adelante de modo simultáneo, aunque jerarquizado.

Con todo, importa reconocer que cuestiones estructurales como la deuda externa y la modernización económica, que conllevan la inserción autónoma de las economías nacionales en el mercado mundial, esperan todavía recibir un tratamiento estratégico alternativo de parte de los movimientos populares y liberacionistas.

3. En el nivel del proyecto histórico, la crisis del socialismo carga un poder de aplanamiento mayor sobre los movimientos de cambio en la medida en que pretende poner en cuestión la idea misma de la nueva sociedad, o sea, la posibilidad de una alternativa histórica al capitalismo. Es un cuestionamiento que cree tocar la raíz misma e la esperanza de los pobres: la liberación.

En este punto la tarea cosiste en pensar de la forma más concreta posible una «nueva utopía» que sea más rica que la vieja utopía del socialismo clásico y al mismo tiempo menos pretenciosa. «Más rica» en el sentido de incorporar las nuevas cuestiones y otras que están emergiendo, sin contentarse con la socialización de los medios de producción y la satisfacción de las necesidades básicas. «Menos pretenciosa» en el sentido de renunciar a todo mesianismo salvacionista y de resistir a la tentación constante de dar la «solución final» al destino humano y de realizar el paraíso en la tierra.

La teología, con toda su carga escatológica, ¿no posee en ese campo un papel proyectivo muy particular? Y la comunidad eclesial, ¿no es también la comunidad de los esperantes, incluso «contra toda esperanza»?