Trabajar para vivir
Trabajar para vivir
Marc Plana
El ser humano es un ser ocupado. Desde nuestros primerísimos antepasados, el ser humano necesita alimentarse, cazar o cultivar, protegerse, cuidar de nuestras crías… y esto requiere de un tiempo y de una organización para distribuir las labores que necesita cubrir una determinada sociedad. El ser humano, explica Todorov, no es un ser ocioso. No puede serlo. Nuestras necesidades lo imponen. Sin embargo, la manera concreta como se lleva a cabo esta organización ha variado mucho a través de los tiempos. El ser humano tiene la capacidad de organizarse de diferentes maneras en función de las necesidades que le impone el entorno. Hay culturas que se basan en la jerarquía y la obediencia: unos cuantos deciden lo que todos hacen. Es el caso de las primeras culturas sedentarias o de las sociedades esclavistas. Hay culturas nómadas donde todos los individuos aportan al colectivo y es el colectivo quien distribuye equitativamente. Diversos factores diseñan y caracterizan por tanto dicha organización: la jerarquía (o las razones que justifican el cómo se distribuyen las tareas), la distribución de los bienes resultantes (cómo se reparte el fruto del trabajo dentro de un colectivo), la transparencia (la información que tiene el colectivo sobre la jerarquía y la distribución)... El trabajo, tal y como lo entendemos hoy en día, responde a un significado concreto dentro de un amplio contexto de relaciones sociales. El trabajo tiene su historia, tiene sus justificaciones y responde a unas necesidades concretas del sistema económico en el cual se inscribe.
Del trabajo al trabajo remunerado
Tradicionalmente, una estructura de poder machista ha impuesto una distribución de las labores en que el hombre se dedicaba al aprovisionamiento y la mujer se dedicaba al cuidado de la familia y las labores del hogar. El círculo familiar tenía importancia dado que era una estructura de apoyo a dichas labores. La familia recurría a él en ayuda para el cuidado de enfermos o para necesidades más o menos puntuales. Los procesos industrializadores significaron un cambio importante a partir del siglo XIX. Puesto que el aprovisionamiento pasó a conseguirse entonces mayoritariamente a través del salario, se impuso una distinción entre trabajo no remunerado y trabajo remunerado hasta que el significado del trabajo recayó únicamente en el segundo. El psicólogo social Joel Feliu explica cómo, durante este siglo, la necesidad de mano de obra impulsó una serie de medidas para normalizar el trabajo pautado a cambio de sustento. En Europa, existían leyes para obligar al trabajo forzado a aquellos sin domicilio fijo y sin un trabajo serio. En Inglaterra, cientos de workhouses se construyeron para encerrar a los pobres a cambio de trabajo: «era preferible eliminar cualquier posibilidad de supervivencia alternativa (por ejemplo, la caridad) con el fin de llevar a los trabajadores a la fábrica de manera natural». El significado de la palabra trabajo se desplazó hacia el trabajo remunerado aunque el trabajo no remunerado seguía existiendo (mayoritariamente, a cargo de las mujeres). Progresivamente, la burocratización del Estado y el posterior Estado del bienestar permitieron a los ciudadanos acceder a ayudas más allá de las posibilidades del círculo familiar. Se entendía así que las necesidades de los ciudadanos quedaban cubiertas principalmente por la doble vía del salario y por las prestaciones sociales que ponía a disposición el Estado (y en tercer lugar, por el poco apreciado trabajo no remunerado).
Economía virtual y trabajo
La economía actual es virtual. No se trata de un mercado de cereales o del producto de la caza, donde todo el mundo ve lo que hay que dividir entre los ciudadanos. Hoy, el dinero se ha convertido en el símbolo clave que permite acceder a cubrir las necesidades de la sociedad. Sin embargo, a nivel colectivo, poco sabemos del volumen de dinero que se puede repartir y de cómo se hace. El dinero corre más rápido de lo que tardamos en contarlo y debemos contentarnos con las explicaciones de los que saben sobre el dinero con el que podemos contar. Fueron expertos como el filósofo Hayek los que abrieron el camino para que los gobiernos neoconservadores de los años 80 recortaran prestaciones sociales. Los expertos actuales dicen que el Estado ya no puede cubrir las necesidades básicas del ciudadano. Y si el Estado no ofrece servicios, la única alternativa para cubrir las necesidades básicas se reduciría principalmente a lo que se consiga a través del trabajo remunerado.
El fin del Estado del bienestar abriría el panorama a diferentes situaciones en relación al trabajo. En primer lugar, el ciudadano global debería acceder a las necesidades básicas adquiriéndolas a través del mercado. En segundo lugar, la importancia psicosocial del trabajo se convertiría en el principal aliado de un capitalismo que mercantiliza todo lo que puede mercantilizar. Si el trabajo se percibe como necesario, se podría mercantilizar definitivamente el agua, la tierra, la educación... y pedir al ciudadano que accediera a ella sólo a través del dinero. En tercer lugar, la virtualidad de la economía funcionaría como una caja de caudales opaca que legitimaría la dificultad de poner en duda la creciente necesidad de trabajar más y más (o, lo que significa lo mismo, de pagar más y más). Mientras la crítica expone las estrategias de un sistema que sabe enriquecer a los ricos cuando hay transacción económica (paraísos fiscales, corrupción, especulación, más opacidad...), la necesidad de dinero empuja a las familias a sobreocuparse. Hoy, una pareja media española necesita dos sueldos y treinta años para pagar la vivienda media que nuestros padres compraron en «sólo» diez años y con un solo sueldo. Esta misma pareja sigue teniendo necesidades que debe cubrir con trabajo no remunerado, por el cual se sobreocupa aún más o contrata los servicios en el mercado. Hoy, el mercado es omnipresente, y la pieza cotidiana clave que legitima su crecimiento es la creencia de que sólo trabajando podemos acceder a los bienes básicos. El trabajo es la otra cara del consumismo: la base que lo hace posible, pero que también anuncia graves consecuencias para los derechos básicos. «Prácticamente se está intentado ir en la dirección de negar que existen derechos de ciudadanía –explica la economista Miren Etxezarreta–; tú no tienes derechos de ciudadano, sino que tienes que ser capaz de comprarlo todo en el mercado».
Cultura, individuo y autogestión
La filósofa Michela Marzano analiza cómo el trabajo se ha convertido en la pieza clave del nuevo capitalismo en Programados para triunfar: nuevo capitalismo, gestión empresarial y vida privada. Según la autora, el modelo jerárquico a través del cual el trabajador obedecía a ciegas ha sido sustituido por una cultura liberal en la que el trabajador muestra su competencia a través de su compromiso con la empresa. El buen trabajador es el que sabe usar su libertad para adaptarse a las necesidades de la empresa. Flexibilidad, autorrealización, responsabilidad. El concepto clave que inunda todos los rincones de nuestra vida es autogestión individual, concepto que se repite como un mantra en una sociedad que ya no está dispuesta a estar pendiente de lo que sus ciudadanos necesitan. Si tus derechos se desvanecen, es que no te los has sabido ganar. Si no tienes futuro, es que no sabes manejar tu vida. Si pierdes una oportunidad, es que no te has esforzado lo suficiente. La autogestión es incluso la alternativa que se propone desde círculos críticos. Las historias de héroes se repiten del deporte a las películas, y el trabajo como autogestión individual se anuncia como la solución a todos los males. Duele ver cómo en Europa estamos dispuestos a vender el alma a cualquier propuesta que sea capaz de generar dos puestos de trabajo, aunque negocie con la moral. Es en estos momentos cuando deberíamos saber salir de nuestras minúsculas cápsulas individuales e intentar de analizar el significado de nuestro trabajo: ¿trabajamos para vivir o vivimos para trabajar? ¿Qué posibilidades pierde la sociedad con una cultura entregada a la producción? ¿Aún trabajamos para nuestra subsistencia colectiva o –como escribe Mandeville– el trabajo se ha convertido en la pieza clave de un entramado más vasto: «La mayoría de individuos se deja convencer y se sacrifica en nombre de su propio bien, mientras que los más listos se aprovechan de ello»?
Renta básica
He aquí una propuesta alternativa: la renta básica es una asignación monetaria que recibiría una pobla-ción por el simple hecho de tener residencia en el país. Se trata de una gran redistribución social. El más rico del país recibiría la renta básica, pero pagaría muchísimo más para financiarla. El importe sería equivalente al umbral de pobreza, por lo que se abrirían vías para acceder a los bienes básicos sin necesidad de depender de un sueldo.
Es sólo un ejemplo que apunta la dirección de la que deberían partir las alternativas a la centralidad actual del trabajo: es una opción colectiva ante la idea de autogestión como salvación individual y propone la distribución de riqueza ante la desigualdad actual.
Marc Plana
Coordinador de la Agenda Latinoamericana en Cataluña