Transgénicas: simientes del Imperio
Transgénicas: simientes del Imperio
Horacio Martins de Carvalho
Las personas se relacionan con las simientes nativas o criollas, de una manera afectuosa. Instintivamente, o por la mediación simbólica en los usos y costumbres, las personas saben que las simientes cargan en sus entrañas la historia de un patrimonio genético lleno de diversidad.
Las simientes criollas han sido guardadas, reproducidas y mejoradas milenariamente por los campesinos y los pueblos indígenas de todo el mundo. Han garantizado, a ellos y a toda la humanidad, la diversidad étnicoambiental que heredamos. Han servido como alimento para el cuerpo y para las emociones. Ellas vehiculan creencias en las relaciones místicas con lo sagrado, unen a los diferentes cuando se hacen alimento en lo cotidiano de la vida social, con su significado de alimento potencial que puede ser repartido entre los que necesitan sembrar evocan la solidaridad, y son dejadas latentes para que despierten como la genealogía de un insospechado venir-a-ser, de una nueva o renovada relación de los seres humanos con la naturaleza.
Pero esta presencia milenaria de las simientes criollas puede quedar interrumpida. La voracidad de las grandes empresas capitalistas multinacionales que conforman el nuevo imperio neoliberal, está destruyendo los lazos afectivos entre el ser humano y la naturaleza. Las simientes criollas están siendo masivamente sustituidas por las simientes híbridas y, más recientemente, por las semillas transgénicas. Mientras las simientes criollas son patrimonio de toda la humanidad, las simientes transgénicas han sido creadas y son propiedad privada de las empresas multinacionales estadounidenses.
¿Qué tienen de diferente las semillas híbridas y las trangénicas, respecto a las criollas? Mientras éstas pueden ser plantadas y reproducidas año a año, según los intereses de los pueblos que las cultivan, las híbridas van perdiendo su capacidad genética (vigor híbrido) de reproducción. Como mucho aguantan dos cosechas. A partir de ahí comienzan a perder su vigor. En esa situación, el campesino se ve obligado a comprar las simientes híbridas cada vez que quiere sembrar.
También, las simientes transgénicas son de propiedad privada de las empresas multinacionales, a partir de la protección -mediante patentes- como organismo genéticamente modificado. Para utilizar esas simientes transgénicas el campesino deberá pagar los «royalties» exigidos, podrá ser procesado jurídicamente, y tendrá que pagar centenas de veces el valor de la licencia de siempre normal determinada por las empresas multinacionales. Para controlar quién utiliza las simientes transgénicas, tales empresas crean «policías genéticas» que fiscalizan las tierras plantadas por los agricultores. Estas policías se vuelven más y más un instrumento de control y opresión del «imperio» sobre los pueblos.
Ya existe la tecnología que impide que las simientes transgénicas sean re-sembradas. Con ella, las simientes que se recogen son estériles. Esta tecnología «terminal» -en inglés terminator- crea mecanismos genéticos que impiden que la simiente transgénica se reproduzca después de la primera cosecha: son las denominadas simientes suicidas. Entre los propietarios de patentes de simientes «terminales» están las mayores corporaciones de semillas y agroquímicos del mundo, tales como Syngenta, Monsanto, DuPont, BASF y Delta & Pine Land. Otras tecnologías más sofisticadas están siendo liberadas para la utilización comercial por el Departamento de Agricultura de EEUU (USDA), como las «Tecnologías de utilización restringida genéticamente» (TRAITOR), que pueden ser adoptadas, por ejemplo, en simientes modificadas genéticamente para que se desarrollen solamente en presencia de un agrotóxico o de un fertilizante patentado por la misma empresa que produce la simiente (cfr RIBEIRO, Sílvia, Camponeses, biodiversidade e novas formas de privatização, in CARVALHO, H. M. (org.), Sementes, Patrimônio do Povo a Serviço da Humanidade, São Paulo, Expressão Popular, 2003, pp. 51-72).
La artificialización continuada de las simientes por las técnicas de manipulación y transferencia genética produce seres extraños al universo diversificado de la naturaleza. Las simientes genéticamente modificadas, sucesoras de las simientes híbridas, rompen la convivencia armoniosa ser humano/naturaleza, eliminan abruptamente la mediación simbólica que los granos de las simientes criollas han proporcionado durante millares de años entre las personas y los pueblos. Estas simientes dejan de ser herencia social, para volverse objetos producidos por grandes empresas capitalistas del «imperio neoliberal» al servicio del control monopolístico en la producción de alimentos.
Hasta 2001 cinco grandes compañías del área de la biotecnología agrícola dominaban el mercado mundial, y todas ellas estaban entre los 10 principales fabricantes de agrotóxicos. Estas empresas eran: Syngenta, Aventis (posteriormente adquirida por la Bayer), Monsanto, DuPont y Dow. La Monsanto, empresa del “imperio estadounidense”, vende en la actualidad más del 90% de las simientes transgénicas cultivadas comercialmente en el mundo. Esas cinco empresas, más el Grupo Púlsar, mexicano, monopolizaban en 2000 cerca del 74% de todas las patentes agrobiotecnológicas del mundo (...). La Du Pont y la Monsanto firmaron un acuerdo en abril de 2002 para compartir sus patentes. Eso significa que ellas detentan en 2004 el control del 41% de las patentes agrobiotecnológicas de todo el mundo (cfr ibid.).
Para que las simientes transgénicas se convirtieran en un negocio mundial capaz de ser controlado por un pequeño grupo de empresas capitalistas multinacionales, fue necesario que se establecieran leyes específicas sobre el derecho de propiedad intelectual relacionado con el comercio, a exigencia de la Organización Mundial del Comercio, OMC, sobre los 146 países miembros de esa organización, de manera que garantizasen las patentes del material biológico. Las leyes que defienden el derecho a la propiedad intelectual forman parte del conjunto de medidas de reformulación económica y política impuestas a los gobiernos de los países en todo el mundo por el FMI, la OMC y el Banco Mundial, al servicio del «nuevo imperio capitalista», que se denominó genéricamente como «globalización» de los valores y prácticas neoliberales.
El control que unas pocas empresas multinacionales ejercen sobre la producción de simientes genéticamente modificadas o transgénicas, todavía es considerado poco para que ellas puedan efectivamente controlar el destino alimentario de las personas, y la soberanía alimentaria de los pueblos. Esas empresas dominan también otros sectores que están vinculados técnicamente con el de las simientes, como los de los fertilizantes agroquímicos, los farmacéuticos y productos veterinarios.
El dominio, por parte de un pequeño grupo de empresas capitalistas multinacionales, sobre la producción de simientes transgénicas y de los demás insumos necesarios para producirlas, determinará directamente el control sobre los alimentos que serán ofertados para el consumo humano y animal en todo el mundo. Eso podrá significar no sólo una uniformización de la dieta alimentaria mundial -más de lo que ya está dándose-, sino el dominio de las empresas privadas sobre el paladar de las personas, reforzando la imposición subliminal por la dieta ofertada. Esa nueva forma de tiranía es consecuencia de la reducción creciente de la diversidad de las simientes, así como de su artificialización por la producción de simientes transgénicas.
A pesar de esa masiva ofensiva de los grandes grupos económicos multinacionales del «imperio», ha habido desde el final de la década de los 70, con intensidad y temas variables, resistencia a esas ofensivas. Se podría resumir en cinco las áreas interligadas en las cuales se han dado esas resistencias: defensa de la diversidad de las simientes nativas y/o criollas, denuncia de la erosión genética por la reducción de la diversidad del germoplasma, riesgos de la ingeniería genética en la manipulación de la vida, negación del derecho al patentamiento biológico y afirmación de la soberanía alimentaria de los pueblos de todo el mundo.
La cuestión central de estas luchas sociales de resistencia está en la defensa y restauración de la diversidad biológica y étnica. Además, las organizaciones de la sociedad civil en defensa del consumidor denuncian los peligros de los alimentos que contienen productos transgénicos y exigen la intervención de las autoridades sanitarias y ambientales para la defensa de la sanidad humana y ambiental.
El rescate, la guarda, la reproducción y el mejoramiento de las simientes criollas por millares de comunidades campesinas, pueblos indígenas y organizaciones y movimientos sociales desparramados por innumerables rincones de la tierra, ha proporcionado un nuevo alimento a la resistencia activa contra el patentamiento de la vida y la erosión genética, promovidos por las empresas capitalistas multinacionales del «imperio neoliberal», que controlan las simientes transgénicas.
Al mismo tiempo que se rescatan las simientes criollas, se recupera también saberes, espacios socioculturales, ritos, mitos y significados que quedaron sepultados en la historia. Esas luchas de resistencia nos informan con sus prácticas que «otro mundo es posible»...
Luchar por la diversidad biológica y étnica es reconstruir la relación afectuosa que las simientes criollas siempre nos han proporcionado. Al manejar una simiente conservada por los campesinos, los pueblos indígenas y los pequeños agricultores, se estará sintiendo la energía de la vida que atraviesa nuestra historia. En esta perspectiva elemental y simbólica se percibirá porqué la simiente criolla es patrimonio de la Humanidad.
- MEJÍA GUTIÉRREZ, Mario, Semillas criollas: una mirada desde Colombia, abril de 2003, Cali, Colombia.
- GONZÁLEZ ROJAS, Aldo, Contaminación de maíces nativos por transgénicos en la Sierra Juárez de Oaxaca, México, UNOSJO, S.C.,México.
- LEÓN, Irene, De mujeres, vida y semillas, "La protección de las semillas nativas o de transgenosis natural entra en ese rango de importancia (...)".