¿Un nuevo Estado para el socialismo nuevo?

¿Un nuevo Estado para el socialismo nuevo?

Vânia Bambirra


¿Es necesaria una nueva concepción del Estado socialista para las nuevas experiencias de construcción del socialismo? Si consideramos que los análisis realizados por los clásicos marxistas tienen validez científica, la respuesta es no. Recapitulemos algunos elementos esenciales de esa teoría clásica.

Marx y Engels, en el Manifiesto del Partido Comunista, afirman que «el proletariado se valdrá de su dominación política para ir arrancando gradualmente todo el capital de la burguesía, para centralizar todos los instrumentos de producción en manos del Estado (...). Esto, naturalmente, no podrá darse sino mediante la violación despótica del derecho de propiedad y las relaciones burguesas de producción». En el Manifiesto se encuentra, pues, el primer esbozo de comprensión del período de transición entre el capitalismo y el comunismo, es decir, el socialismo.

Con todo, fue la experiencia histórica de la Comuna de París, en 1871, la que les llevó a precisar la concepción de la nueva sociedad. Engels dice, en un texto de 1891, que «precisamente el poder opresor del antiguo gobierno centralizado –el ejército, la policía política y la burocracia- (...) debía ser derribado en toda Francia, como ya había sido derribado en París. La Comuna debía reconocer desde el primer momento que la clase obrera, al llegar al poder, no podía continuar gobernando con la vieja máquina del Estado; que para no perder de nuevo su dominación recién conquistada, la clase obrera debía, por una parte, barrer toda la vieja máquina represiva utilizada hasta entonces contra ella y, por otra, precaverse contra sus propios diputados y funcionarios, declarándolos a todos, sin excepción, revocables en cualquier momento».

En el célebre texto sobre La guerra civil en Francia, Marx destacaba cómo la misma reconocía sus errores, subrayando que tal postura es una de las características de la democracia obrera. Merece ser destacado el hecho de que a pesar de su corta duración, la Comuna hizo aflorar aspectos de la nueva sociedad que más bien podrían presentarse como utopías: «Fue en verdad maravillosa la transformación que la Comuna produjo en París. De aquel París prostituido del Segundo Imperio, no quedó rastro. (...) Ya no había cadáveres en el depósito, ni asaltos nocturnos, ni robos apenas. Por primera vez desde los días de febrero de 1848, se podía caminar con seguridad por las calles de París, sin que hubiera policía de ninguna clase».

Sin embargo, las perspectivas éticas de la nueva sociedad que encantaban a Marx y Engels no les impidió vislumbrar sus limitaciones congénitas durante la transición socialista, o sea, el período de transición del capitalismo al comunismo. Tal percepción aparece claramente en el texto Crítica al Programa de Gotha, en el que Marx destaca que ese período de transición representa un mero progreso debido a una serie de supervivencias del viejo modo de producción. La ley del valor continúa vigente, aunque subordinada a las leyes de la economía planificada, así como el derecho a la igualdad pasa a ser el principio ordenador de la vida social. Pero ese principio no supera todavía totalmente el derecho burgués porque los individuos no son iguales tanto física como intelectualmente, y el derecho igual es, en principio, el derecho burgués. La igualdad continúa siendo medida por el trabajo, pues corresponde a cada uno el equivalente a su capacidad de producción.

Dice Marx: «El derecho no puede ser nunca superior a la estructura económica ni al desarrollo cultural de la sociedad por ella condicionado». Y prosigue: «En la fase superior de la sociedad comunista, cuando haya desaparecido la subordinación esclavizadora de los individuos a la división del trabajo y con ella la oposición entre trabajo intelectual y trabajo manual, (...) sólo entonces podrá ser superado completamente el estrecho horizonte del derecho burgués, y la sociedad podrá escribir en su bandera: de cada cual según su capacidad; a cada cual según sus necesidades».

El socialismo representaba para Marx una fase de transición «cuyo Estado no puede ser otro que la dictadura revolucionaria del proletariado». Afirmación que Engels completaba señalando que «una generación futura, educada en condiciones sociales nuevas y libres, pueda llegar a deshacerse de todos estos restos del Estado viejo».

En síntesis, la percepción de los clásicos sobre el socialismo era que se trataba de un período transitorio y de luchas enconadas entre clases antagónicas; las conquistas serían graduales; la vieja máquina del Estado tendría que ser destruida; los funcionarios y diputados, revocables; el sistema financiero y productivo, controlado por el nuevo poder.

El socialismo triunfaría en sociedades desarrolladas a escala internacional. El socialismo no sería sólo el resultado del triunfo de una concepción moral superior, sino, sobre todo, una necesidad histórica, producto del proceso del dominio del hombre sobre la naturaleza y sobre sí mismo. El comunismo, la verdadera etapa superior de la evolución de la sociedad, supone un alto desarrollo de las fuerzas productivas, la superación de la escasez por la abundancia, el desaparecimiento de las clases sociales y del Estado, a través de su superación, de su carácter superfluo, el fin de todos los aparatos represivos y el paso de la administración de las personas a la de las cosas... Por fin, la existencia de individuos realmente libres, dueños y señores de su propio destino. El salto «del reino de la necesidad al reino de la libertad», como dijo Engels en su Anti-Dühring.

Como vemos, se trata de una bellísima utopía. Sin embargo, una utopía necesaria, pues solamente a través de ella fue posible comprender el modo mismo de producción capitalista. Como decía E. Preobrazhenszi en su libro Por una alternativa socialista, El Capital sólo podría ser escrito desde la perspectiva de un comunista, «pues una clasificación detallada del sistema capitalista en su totalidad exige inevitablemente la confrontación del capitalismo con aquella estructura económica para la cual ese capitalismo camina por absoluta necesidad».

Lenín, cuando elaboró El Estado y la revolución, antes del triunfo de la revolución de octubre, sistematizó ortodoxamente las indicaciones de Marx y Engels. Entones no podía imaginar que las peripecias de la lucha de clases, en un país atrasado, con fuertes resquicios feudales, aislado y diezmado por guerras, conducirían no a la fundación de un Estado proletario, sino a la de un «Estado obrero-campesino con una fuerte deformación burocrática». Debía llegar a donde llegó...

Sin embargo, los terribles fracasos de las primeras experiencias socialistas (sin desconsiderar la sustantiva parcela de responsabilidad que cabe a las grandes naciones capitalistas por ese fracaso) no eliminaron la cuestión crucial que se plantea a la humanidad, que es la de la necesidad de superación del sistema capitalista por una forma social regida por la razón, el intelecto, la inteligencia, la ciencia para ordenar la organización social que no puede ser otra, en una fase intermedia, sino la sociedad socialista.

Esa sociedad, para no ser una utopía irrealizable, no debe apartarse de la «utopía» soñada por Marx y Engels, esbozada por la Comuna de París, pues perdería viabilidad.

Es decir, no puede dejar de ser todavía, como ha sido destacado, un mero progreso. Pero un progreso más urgente que nunca, pues solamente la planificación de la vida económica y social inherente al socialismo es capaz de enfrentar los desafíos de un mundo amenazado por la miseria, la desigualdad, la injusticia y el desastre ecológico.

Para finalizar, es importante recordar que la existencia del Estado no puede ser confundida con la de la sociedad. Aquel surge con la división de la sociedad en clases, ya sea en la modalidad de Estados feudales, burgueses, socialistas... o cualquier otra.

Así como el Estado burgués puede revestir, desde las formas más democráticas a las más represivas, como el fascismo por ejemplo, el Estado proletario podrá perfeccionar la forma más democrática de su dominación. Toda democracia es dictatorial y toda dictadura es democrática; la diferencia está en «para quién». En el capitalismo la dictadura es ejercida sobre la mayoría, y en el socialismo sobre la minoría.

En la realidad, la historia no cuestionó la teoría marxista del Estado, sino las experiencias concretas de edificación de Estados socialistas; pero cuestionar no es descalificar el mérito de las conquistas logradas en esas experiencias históricas. Que unas revoluciones triunfen en países con una estructura económico-social más desarrollada que la que había en aquellas experiencias –como es el caso de Brasil, abstrayendo de la absurda desigualdad de la distribución de renta- los aspectos democráticos, sin duda, tenderán a prevalecer demostrando toda la enorme superioridad de la nueva sociedad.

En ese sentido, a pesar de sus limitaciones, ese nuevo Estado será, sí, un socialismo nuevo, inédito hasta entonces en la experiencia de la humanidad.

 

Vânia Bambirra

Rio de Janeiro, RJ, Brasil