Un pecado estructural
Un pecado estructural
El Primer Mundo es pecado. Es un pecado estructural. Las estructuras mundiales que permiten y producen la opresión del Tercer Mundo en las proporciones actuales son estructuras de pecado. Y como pecado, han de ser combatidas por un cristiano.
Es pecado que haya primer y tercer mundo. Dios sólo quiere que haya un mundo humano.
El Tercer Mundo es el mayor problema del mundo actual. Pasar por la vida sin dedicarle la máxima atención es vivir con los ojos cerrados y, desde el punto de vista cristiano, significa no sintonizar con las preocupaciones de Dios.
Vivir en el Primer Mundo sin comprometerse a luchar porque no exista implica connivencia y complicidad con ese pecado estructural, y como tal es algo culpable.
No es pecado haber nacido o vivir en el Primer Mundo. Lo es vivir en él sin optar por los pobres, que son -también para el Primer Mundo- el único sacramento universal imprescindible para la Salvación. Un cristiano del Primer Mundo no puede ser coherente sin traicionar los intereses del Primer Mundo. No hará falta que venga al Tercer Mundo: lo necesitamos también allá, como aliado de la Causa de los Pobres, como «caballo de Troya» en el corazón del problema.
Si en otro tiempo los pobres pudieron tener la esperanza de conseguir la liberación por otras vías (militar, política…), hoy, cada vez más, la única vía va a ser la conversión del Primer Mundo. Los pobres no van a poder conquistar el poder ni por el dinero, por las armas, o por la tecnología, sino sólo por la fuerza espiritual. La guerrilla se traslada ahora al campo ético, jurídico y espiritual: conquistar el Primer Mundo, ¡convertirlo!
La libertad del Primer Mundo termina allí donde debiera empezar la del Tercer Mundo.
El amor es que cuando tú estás mal, yo no puedo sentirme bien hasta que logro remediar tu mal. El amor en el Primer Mundo sólo puede dar felicidad lícita a quien hace todo lo posible por construir un solo mundo humano.