Un planeta con fiebre que necesita curas globales y locales

Un planeta con fiebre
que necesita curas globales y locales

Pensar globalmente, actuar localmente

ASsociació de Naturalistes de Girona


Las evidencias de los efectos que la humanidad está infligiendo al planeta hacen que actualmente exista un consenso muy amplio para replantearnos algunos de los modelos de sociedad existentes. El modelo imperante en los países enriquecidos implica un consumo de recursos que no es ni sostenible (se están usando los recursos de un planeta y medio, y de no cambiar la dinámica actual se estima que en el 2050 ya se necesitarán tres planetas) ni generalizable (con los niveles de consumo de estos países no hay suficientes recursos para toda la humanidad). Por tanto, hay una necesidad racional y ética de repensar nuestro modelo de sociedad. No querer ver esta necesidad sólo se puede hacer desde la aceptación de vivir en un mundo injusto y mezquino. Además, esta mirada de quien no quiere ver está cargada de una gran necesidad de ignorar la realidad, ya que los cambios que hemos iniciado afectarán todos los rincones del planeta. Los efectos ya están llamando a la puerta de todas las casas, y se está reduciendo de manera alarmante la calidad de vida de millones de personas de las comunidades más vulnerables.

Según el organismo científico internacional que estudia el cambio climático y las respuestas necesarias para detenerlo, el IPCC (Panel Intergubernamental para el Cambio Climático), antes del 2050 se debe reducir un 50% los gases de efecto invernadero (GEI), como el dióxido de carbono, producidos principalmente por la combustión de combustibles fósiles. El objetivo es evitar que la temperatura media de la Tierra aumente durante el siglo XXI más de 2ºC respecto a los niveles preindustriales, ya que cruzar este umbral comportaría consecuencias desastrosas para la supervivencia de las personas en muchos lugares del planeta. Los países más vulnerables han reclamado que el calentamiento se limite a 1’5ºC. De no rebajarse el umbral del calentamiento, estos países alertan que centenares de millones de estilos de vida se verán comprometidos en las comunidades que menos han contribuido al calentamiento planetario y que ya padecen las peores consecuencias del cambio climático. Según el IPCC, para alcanzar el umbral de 1’5ºC con posibilidades razonables y asegurar el límite de 2ºC, la reducción tendría que ser del 70% antes de 2050. Desgraciadamente, si continuamos con el ritmo actual de consumo de energías contaminantes (carbón, petróleo, gas...) en 2030 ya se habrá superado el presupuesto de GEI disponible hasta 2050.

Por ello, la responsabilidad de los países enriquecidos es máxima, ya que históricamente han generado el 66% de los gases responsables, mientras que no suponen ni el 20% de la población. Por tanto, es de justicia que gran parte de las reducciones se lleven a cabo en las sociedades desarrolladas, liberando más recursos para los países más pobres y que menos han contaminado. Los esfuerzos de mitigación tendrían que ser comunes, pero diferenciados en función de las emisiones históricas y reconociendo el derecho al desarrollo sostenible de las comunidades más pobres del planeta. Así, en los países enriquecidos, la reducción de las emisiones de los GEI para 2050 debería ser del 80-90%, según el IPCC. En este sentido cabe comentar que las ciudades tienen un papel cada vez más relevante, porque actualmente más del 50% de la población mundial vive en asentamientos urbanos, donde se producen el 70% de las emisiones mundiales de efecto invernadero.

En un mundo tan intercomunicado como el nuestro, la gestión de muchos aspectos, entre ellos el cambio climático, requiere de acuerdos internacionales. La necesidad imperiosa de empezar a revertir la situación, sitúa los encuentros internacionales, como la pasada COP21 en París, en el centro del interés de buena parte de la humanidad. La verdad, sin embargo, es que las expectativas que estos encuentros generan (como su nombre indica, la de París era ya la 21ª) no se corresponden con los compromisos que se adquieren: no se alcanza ningún acuerdo o los acuerdos alcanzados son claramente insuficientes. Podríamos tener la sensación de que en el caso del encuentro de París esto no ha sido así, a tenor del adjetivo histórico y de las imágenes de dirigentes internacionales sonrientes que aparecieron en la prensa el día del acuerdo. Cabe comentar, no obstante, que el calificativo de histórico para el acuerdo debería restringirse a la diplomacia y a la política, ya que desde la Convención Marco para el Cambio Climático (NNUU, 1992) éste ha sido el primer documento legal, en el marco de la acción climática, aprobado por una gran mayoría de la comunidad internacional. A pesar de esta consideración, el acuerdo es manifiestamente insuficiente, ya que, a pesar de que 186 países han presentado medidas para reducir sus emisiones de GEI (o aumentarlas a un ritmo más lento), la mitigación de las emisiones por parte de las diferentes partes no es jurídicamente vinculante, y de cumplirse las acciones recogidas en el pacto, el incremento de la temperatura global durante este siglo sería de 3’5ºC, superando ampliamente el umbral de seguridad propuesto por la comunidad científica. Así pues, la alegría y euforia de unos pocos se transforma rápidamente en desidia y ausencia de empatía cuando se mira el texto detalladamente.

El acuerdo es para las comunidades más vulnerables la gota que colma el vaso, la chispa que enciende la llama del desacuerdo. Una minoría privilegiada celebró su éxito: silenciar el problema de la mayoría. Ninguna novedad, la imagen nos recuerda que las estructuras de poder del mundo se conservan desde la colonización. Los países «enriquecidos» siguen defendiendo los intereses particulares a corto plazo, mientras los países «empobrecidos» luchan por su tierra, sus familias, su vida y sus derechos. Cabe añadir que los países firmantes se han comprometido a hacer públicos en 2017 sus objetivos de reducción de los GEI para 2020, y por eso la participación ciudadana tendrá un papel muy relevante, con el fin de forzar a los estados a alcanzar acuerdos ambiciosos que permitan hacer frente al enorme peligro que representa el cambio climático.

Esta presión popular se tendrá que ejercer tanto a nivel nacional como local. Movimientos internacionales como Greenpeace, 350.org y gofossilfree.org están teniendo un papel indiscutible a la hora de catalizar éxitos y diseminarlos. Se denuncian y se detienen grandes proyectos como las perforaciones en el Ártico y el oleoducto Keystone XL en EEUU. También crece de manera importante el frente de la desinversión en energías fósiles. En paralelo hay un movimiento mundial de millares de gobiernos municipales que luchan contra el cambio climático, impulsando la eficiencia energética en los equipamientos y servicios públicos. También se plantea la necesidad de abordar cambios estructurales en la movilidad urbana y en el suministro de energía (electricidad y calor) en las viviendas y comercios, que conjuntamente suponen cerca del 70% de los GEI a escala local. Ahora bien, frenar el calentamiento planetario sólo será posible si participamos todos, superando el individualismo y la resistencia al cambio. Es el momento de que aceptemos de una vez por todas los límites de la Tierra como un valor y no como un castigo, tal y como propone el Papa Francisco.

Así pues, es necesario impulsar una transición energética que permita garantizar la sostenibilidad planetaria y el bienestar humano. Tenemos ejemplos concretos que nos demuestran que esta transición es posible. En el pequeño municipio de Ordis (de menos de 400 habitantes y situado en el NE de la península Ibérica) han iniciado lo que se denomina «la tercera revolución industrial» (http://www.ordissostenible.cat). En definitiva, su planteamiento incluye la producción local de energía y la reducción de su consumo.

La educación ambiental también juega un papel clave en la incentivación de cambios de hábitos de consumo y es especialmente relevante la educación de las nuevas generaciones. El ámbito escolar puede ser un impulsor mediante proyectos con los que se puede sensibilizar a los estudiantes sobre la problemática del cambio climático, dando a conocer cómo iniciativas municipales de eficiencia y ahorro energético en el campo de la movilidad, del alumbrado y de la producción de energía pueden ayudar a hacer frente al calentamiento global (a modo de ejemplo: http://www.naturalistesgirona.org/e-rutes).

Los costes asociados al cambio climático serán muy altos (en términos ambientales, económicos, de salud...) y la velocidad a la que deben implementarse las medidas para, ya no revertir, sino simplemente mitigar este cambio, obliga a la humanidad a pensar cuáles son las mejores estrategias para adaptarnos a esta nueva realidad. La relación de la humanidad con el resto del planeta debe cambiar, y debe hacerlo de forma rápida, o el riesgo en que hemos puesto nuestra propia existencia y la de muchas otras especies alcanzará un punto de no retorno.

 

ASsociació de Naturalistes de Girona

Dani Boix, Enric Cortiñas, Marcel Llavero, Laura Llorens, Sergi Nuss y Emma Soy