Un texto revolucionario: Laudato Si

Un texto revolucionario: Laudato Si’

María López Vigil


En muchas ocasiones, en esta Managua, donde no llueve por efectos de la sequía o donde un torrencial aguacero causa desastres por el pésimo ordenamiento territorial, por la basura que la población arroja a cualquier hora en cualquier tragante, por las defectuosas construcciones que irresponsables empresarios han hecho en la zona sur de la capital, deforestándola sin misericordia, me he encontrado con bastante gente como aquel taxista, que me explicó después de uno de esos diluvios: «Señora, todo lo que pasa ya está escrito en la Biblia, el Señor sólo nos está avisando». ¿Y qué nos querrá avisar? , le pregunté. «Que hay muchos pecados en este país: mucho borracho, mujeres perdidas, hijos que ya no respetan… El Señor castiga, pero esto se acaba, el Señor viene ya, éste es un aviso del fin del mundo».

Entre las muchas razones por las que la encíclica del Papa Francisco Laudato Si’ me parece revolucionaria está el que quita peso a ideas como éstas, cada vez más arraigadas en más gente creyente por lecturas bíblicas y exhortaciones morales alejadas peligrosamente de la Ciencia.

Desde lo que la Ciencia nos enseña

Leí la Laudato Si’ asombrada. No existe ningún texto de la Iglesia católica con tantas páginas dedicadas a lo que la Ciencia nos enseña y nos advierte. Francisco habla de la deforestación de los bosques, de la devastación que causa la minería del oro, del monocultivo que destruye los suelos, de los plaguicidas que matan a los microorganismos que alimentan la tierra, del calentamiento del mar, de la pesca con dinamita, de la destrucción de los arrecifes de coral, de la contaminación del aire, de la importancia de conservar los manglares, del derretimiento de los glaciares, del peligro que representa el metano escondido en el hielo polar…

Y en la larga lista de desastres ambientales que menciona, habla siempre de la mano de la Ciencia, argumenta desde la Ciencia. Reconoce los innumerables aportes de la Ciencia para explicarlos, sin relacionarlos nunca con voluntad, castigo, prueba o aviso de Dios.

Enumerar tantos desastres, reales y actuales, no obedece a un sensacionalismo para provocar miedo. El objetivo es «tomar dolorosa conciencia, atrevernos a convertir en sufrimiento personal lo que le pasa al mundo, y así reconocer cuál es la contribución que cada uno puede aportar» (19).

La encíclica busca hacernos responsables. Busca rectificar las ideas de aquel taxista… y las de tanta otra gente. De principio a fin la Laudato Si’ es un apasionado llamado a que cada persona, cada comunidad, cada sociedad, los países, los gobiernos y las empresas, asuman su responsabilidad para detener el desastre ambiental. «Responsabilidad» es una palabra que se repite más de 30 veces en la encíclica.

Me encantaron también las revolucionarias y, por eso, sugerentes síntesis que hace Francisco en este texto sorprendente. La Laudato Si’ relaciona estrechamente los desastres ambientales con los desastres sociales que afectan a los pobres. Y también enlaza dos ideas siempre en conflicto, evolución y creación.

Ecología y Justicia, inseparables

Francisco quiere demostrar que es inseparable la preocupación por la naturaleza y por la justicia con los pobres. Vuelve a hablar de «opción preferencial por los pobres» y propone que esa opción se traduzca hoy por una conciencia ambiental, equiparando la exclusión y la destrucción, el olvido y los atropellos que padecen los pobres con los que padece «la hermana madre Tierra». Propone «una aproximación integral para combatir la pobreza, para devolver la dignidad a los excluidos y, simultáneamente, para cuidar la Naturaleza». Y, al igual que insiste en la responsabilidad, insiste una y otra vez en la relación que existe entre cada desastre ambiental y la repercusión que esto está teniendo y tendrá entre los más pobres. Advierte que, para que cualquier lucha por erradicar la pobreza sea duradera y eficaz, hay que luchar a la vez para cuidar y defender el ambiente. Ambas luchas deben ir juntas porque si no, la destrucción ambiental estará fabricando más y más pobres por todas partes.

Sabiendo que las izquierdas políticas que hicieron o lucharon por hacer las revoluciones latinoamericanas nunca tuvieron conciencia ambiental, y ahora los gobiernos que se llaman progresistas son extractivistas, depredadores de los recursos naturales, estas ideas tienen enorme importancia. A partir de la Laudato Si’ ya nadie se podrá llamar cristiano/a sin tener conciencia ambiental y desarrollar esa conciencia; ya nadie podrá decir que es de izquierda, que es revolucionario, que es progresista, sin prácticas, hechos, decisiones y políticas concretas en defensa del ambiente.

Evolución y Creación: síntesis sugerente

También es sugerente la síntesis entre Evolución y Creación. La óptica de la Laudato Si’ es claramente evolucionista. Dando por supuesta esa ley y sin entrar a discutir por qué no debe ser rechazada, como aún lo es por tantos creyentes, Francisco nos invita a sabernos y sentirnos parte de algo mayor, relacionados, vinculados: «No está de más insistir en que todo está conectado. El tiempo y el espacio no son independientes entre sí, y ni siquiera los átomos o las partículas subatómicas se pueden considerar por separado. Así como los distintos componentes del planeta –físicos, químicos y biológicos– están relacionados entre sí, también las especies vivas conforman una red que nunca terminamos de reconocer y comprender. Buena parte de nuestra información genética se comparte con muchos seres vivos. Por eso, los conocimientos fragmentarios y aislados pueden convertirse en una forma de ignorancia si se resisten a integrarse en una visión más amplia de la realidad».

Esa visión más amplia es claramente evolucionista. Y lo interesante es que, a la vez, la encíclica propone una visión creacionista. Y lo hace de tal forma que resultan hermosamente compatibles: «Si de verdad queremos construir una ecología que nos permita sanar todo lo que hemos destruido, entonces ninguna rama de las ciencias y ninguna forma de sabiduría puede ser dejada de lado, tampoco la religiosa con su propio lenguaje» (63).

En el lenguaje de las grandes religiones, la Naturaleza es obra de un Creador, que con creatividad nos ha regalado el mundo. Reconocerlo así, sentirlo así, es una motivación para «cuidar». Dice Francisco: «La mejor manera de poner en su lugar al ser humano, y de acabar con su pretensión de ser un dominador absoluto de la tierra es volver a proponer la figura de un Padre creador y único dueño del mundo, porque de otro modo el ser humano tenderá siempre a querer imponer a la realidad sus propias leyes e intereses».

Ahonda en esta idea, importantísima para una pastoral ambiental: «Para la tradición judeocristiana decir creación es más que decir naturaleza, porque tiene que ver con un proyecto del amor de Dios donde cada criatura tiene un valor y un significado. La naturaleza suele entenderse como un sistema que se analiza, comprende y gestiona, pero la creación sólo puede ser entendida como un don, que surge de la mano abierta del Padre de todos, como una realidad iluminada por el amor que nos convoca a una comunión universal… Las criaturas de este mundo no pueden ser consideradas un bien sin dueño… Esto provoca la convicción de que, siendo creados por el mismo Padre, todos los seres del universo estamos unidos por lazos invisibles y conformamos una especie de familia universal, una sublime comunión que nos mueve a un respeto sagrado, cariñoso y humilde. Quiero recordar que Dios nos ha unido tan estrechamente al mundo que nos rodea, que la desertificación del suelo es como una enfermedad para cada uno, y podemos lamentar la extinción de una especie como si fuera una mutilación» (76, 89).

Creo que, pretendida o no, esta síntesis nos interpela, y creo que debería orientar la reflexión tanto de los ambientalistas como de los pastoralistas. Sí, seguramente cuidaremos más la casa que hicieron nuestro padre y nuestra madre para regalárnosla, que la que una inmobiliaria construyó y compramos. Varios científicos de Nicaragua, desde donde escribo, me han dicho: No soy creyente, pero me encanta la Laudato Si’ porque es una herramienta maravillosa para la reflexión, para trabajar con ella.

«Lo que está ocurriendo –dice Francisco– nos pone ante la urgencia de avanzar en una valiente revolución cultural» (114). Estamos ante un texto revolucionario que aúna la lucha por la justicia social con la lucha por la justicia ambiental, siempre abierta a la luz de la Ciencia. Francisco está convencido de que en el cuidado del ambiente se juega el futuro de la humanidad. Así lo dijo en NNUU, cuando afirmó que la crisis ecológica «puede poner en peligro la existencia de la especie humana». Y no por castigo de Dios, sino por la irresponsabilidad humana. Entender esto es revolucionario, novedosamente revolucionario.

 

María López Vigil

Managua, Nicaragua