Una cibercultura para civilizar la globalización

Cultura e Infoética
Una cultura capaz de civilizar la globalización
 

Philippe Quéau


La cibercultura es una nueva cultura, en plena ebullición. Es la compañera del desarrollo de internet y del ciberespacio, de las comunidades virtuales y de las nuevas técnicas de representación, como la realidad virtual o la simulación digital. Esta nueva cultura no se debe exclusivamente a la evolución tecnológica; está también ligada al fenómeno de la globalización –en sus dimensiones culturales y artísticas, pero también sociales y políticas-.

La cibercultura se apoya en comportamientos, esquemas mentales y modos de identificación social, muy diferentes de los que habíamos conocido hasta ahora. Por ejemplo, la navegación en los entornos de la información y del conocimiento, el trabajo en grupos de trabajo virtuales, introducen nuevas actitudes y nuevas formas de relación, introducen nuevas actitudes, nuevas formas de relación, que tendrán sin duda profundas consecuencias sociales y culturales.

La desmaterialización de la economía, unida a la localización de las empresas, la volatilidad de los capitales y la debilidad de las regulaciones políticas, está teniendo consecuencias dramáticas en la sociedad, provocando desde el paro estructural a la radicalización de la exclusión y la creación de nuevos usos.

Pero, por otra parte, la evolución de la tecnología ha hecho posibles nuevas formas de solidaridad social y de cooperación intelectual. Aparecen nuevos comporta-mientos sociales. La desterritorialización que está intrínsecamente ligada a la naturaleza ubicua y virtual del ciberespacio, erosiona las identidades nacionales y la soberanía de los Estados.

El ciberespacio es, por naturaleza, multi-, trans- y supranacional. Por ello, la deslocalización y la desintermediación de las economías, la abstracción de la especulación financiera, ensanchan el desfase entre el mundo real y el mundo virtual, entre los ricos y los pobres, sin que pueda establecerse una efectiva regulación política o social. Los distintos marcos jurídicos nacionales son insuficientes y acaso contradictorios. No hay voluntad política mundial de contrarrestar de forma eficaz la globalización. Fundamentalmente, deberían redefinirse las relaciones entre el Estado y el mercado, entre el interés general y los intereses privados.

La globalización tecnológica y económica que está teniendo lugar, no se ha visto acompañada aún por una evolución cultural y política similar, capaz de satisfacer las aspiraciones de los ciudadanos del mundo y de facilitarles instrumentos para una mejor comprensión y gobierno de la sociedad de la información. La revolución tecnológica e informativa que está teniendo lugar no es suficiente por sí sola para dar lugar a una auténtica cultura. Sin embargo, hace posible la creación de un foro mundial para discutir los valores éticos de la sociedad de la información (la «infoética»).

Se hace necesario un nuevo espacio público, abierto a la participación de todos, que garantice el acceso generalizado a la información pública, como derecho fundamental del ser humano. La libertad de expresión implica necesariamente el libre acceso a la información, en particular a la información de dominio público, que debe ser desde ahora un elemento clave en la batalla contra la pobreza, la ignorancia y la exclusión social.

Pero el dominio público cada vez se encuentra más amenazado por la privatización galopante. Los gobiernos deberían contrapesar esta tendencia. Si cada estado permite el libre acceso de sus ciudadanos a toda la información documental y patrimonial de dominio público de sus bibliotecas, archivos y museos, se constituiría una gigantesca biblioteca pública mundial que sería de hecho accesible a todos los ciudadanos del globo.

Para ello, los estados deberían establecer políticas nacionales con el fin de promocionar su patrimonio público con fines educativos y culturales. La diversidad cultural y lingüística dependerá de su capacidad para acometer esta puesta a disposición de todos. La coordinación de las estrategias nacionales tendrá así un efecto multiplicador incalculable.

El desafío fundamental es lograr que se tome conciencia de la inmensa ri-que-za colectiva que constituye la infor-mación de dominio público a nivel mundial, en el contexto de una tendencia generalizada de debilita-ción de la res pública y de los valores filosóficos y éticos a los que está ligada.

La búsqueda de la virtud, que la filosofía griega identifica con la búsqueda del bien común, corre el riesgo de convertirse en algo pura-mente personal. La nueva cultura emergente se debe enfrentar a esta tendencia y proponer prin-cipios morales adecuados a la sociedad mundial de la información, basados en los valores básicos de la igualdad, la libertad y la dignidad humana.

Tenemos necesidad de una cibercultura para construir la socie-dad del siglo XXI y hacer posibles nuevas formas de solidaridad hu-ma-na, necesarias en un mundo cada vez más interdependiente. En el corazón de la cibercultura reside un reto profundamente ético.

No bastará con definir un código de conducta para internet, o regular el comercio electrónico.

Es necesario un debate demo-crático sobre el futuro de la socie-dad mundial de la información.

Hay que inventar una cultura capaz de «civilizar» la globalización y de construir desde hoy las utopías del mañana.

 

Philippe Quéau

UNESCO