Una democracia mundial es posible
Una democracia mundial es posible
Toni Comín
La humanidad tiende a perpetuar sus malas costumbres con tozudez. Siempre con esa mala costumbre de soñar un mundo más justo, y esa otra costumbre, también mala, de luchar en favor de estos sueños de justicia. Y parece que la historia responde con la mala costumbre de hacerle caso a la humanidad cuando lucha por sus sueños. Proyectar un mundo más justo no es huir del mundo, sino anticipar la historia. Ser fiel a una de las más nobles tradiciones que caracterizan al género humano.
Nuestro sueño de hoy, como humanidad, es la construcción de un pacto social global justo: la construcción de estructuras democráticas de gobierno mundial. Con la globalización económica capitalista en su versión neoliberal, durante los años noventa el pacto social mundial lo han determinado, fundamentalmente, los mercados capitalistas globales, liderados por las grandes empresas multinacionales y los mercados financieros interconectados. Ellos han condicionado, más que ninguna otra institución, la distribución del poder económico, de la influencia cultural y del poder político de los distintos países del mundo. La integración de los distintos mercados nacionales en un único mercado capitalista global en virtud de la globalización (es decir, de la libre circulación de capitales, tecnología, bienes, servicios y conocimientos) ha roto el equilibrio entre mercado y democracia que durante la guerra fría había caracterizado el pacto social en una buena parte de las sociedades del planeta. En la lógica del Estado del bienestar, los Estados nacionales (democráticos) regulaban los mercados nacionales (capitalistas), con el fin de estabilizarlos y redistribuir la prosperidad que éstos saben generar pero que no saben repartir equitativamente. Con la globalización económica, la democracia y los Estados nacionales, individualmente tomados, han quedado devaluados.
Los críticos del neoliberalismo en los últimos años han abogado por, al menos, restablecer el equilibrio entre mercado y Estado, entre capitalismo y democracia. Sin embargo, dado que el capitalismo se ha globalizado, para restablecer este equilibrio es necesario construir estructuras, mecanismos e instituciones de democracia también global. Es necesario globalizar la democracia: construir una democracia cosmopolita. Éste ha sido uno de los leit-motivs de parte de los participantes en el Foro Social Mundial en los últimos años: reclamar el retorno de la política.
Sin embargo, cuando la globalización neoliberal ha revelado su inestabilidad intrínseca en forma de desigualdad económica creciente y de alienación cultural de las civilizaciones no occidentales, el corazón del mundo liberal-capitalista, los EEUU, han dado el salto desde el neoliberalismo al imperialismo unilateral. La política ha vuelto, sí, pero con la cara que menos nos esperábamos: por la vía del imperialismo, que es pura política, pero basada en la superioridad militar. Y es que la política moderna, por decirlo de algún modo, tiene dos caras fundamentales: Hobbes o Rousseau. La democracia donde los derechos de cada uno son recíprocos de los derechos del resto, o el poder autoritario que se impone a través del miedo (el miedo de las armas), y gracias al miedo (que lleva a los ciudadanos a vender su libertad por su seguridad).
Ahora, en pleno unilateralismo bélico, es el momento, cual nuevos rousseaus del nuevo mundo global, de proyectar esa democracia global que nos hace falta y que no tenemos. Para que el pacto social global esté en manos de la política y no de los mercados; pero la política democrática, que es la del diálogo, la negociación legitimada y la justicia. Deberíamos imaginar la humanidad como una implícita asamblea constituyente universal, cuyo fin sea construir unas instituciones que garanticen a todos los humanos, en condiciones de igualdad, los derechos que permiten llevar adelante una vida libre y, a poder ser, feliz. Pero, para no caer en el absurdo de proyectar estas instituciones en el vacío, el único camino es imaginarlas como una reforma de las que hoy existen. ¿Cómo deberíamos reformar el sistema de Naciones Unidas para avanzar hacia una democracia global?
El filósofo Michael Walzer explica que, para contar con una democracia global que respete el pluralismo social y cultural del mundo, deberíamos asentarla en tres patas:
a) una ONU reforzada, más democrática y con más autoridad, pero que mantuviera su carácter de organización inter-estatal (y no de super-Estado mundial).
b) los actuales Estados, para contar en el mundo, podrían agruparse en federaciones regionales, a la manera de la Unión Europea. Sólo así podemos imaginar una geopolítica equilibrada, no polarizada por la hegemonía occidental. Adelante, pues, con el Mercosur, o con la integración, primero económica y luego política, del sur-este asiático, del continente africano o del mundo árabe.
c) la sociedad civil mundial (ONGs, movimientos sociales globales, redes sindicales, centros de investigación, partidos políticos, etc.) en su pluralidad de organizaciones, objetivos e ideologías, debe seguir ejerciendo un rol de “alma” de la democratización de la sociedad mundial, a la manera de lo que es en los últimos años el Foro Social Mundial. Cual “parlamentos mundiales informales”, la sociedad civil debe seguir ejerciendo el rol de movilización de las agendas y las conciencias globales, aun en el caso de que algún día llegue a institucionalizarse un Parlamento Mundial oficial, puesto que las instituciones son sólo el cuerpo de la democracia. Pero un cuerpo sin alma -una democracia sin sociedad civil crítica- desfallece.
Sólo asentándose en estas dos patas: a) una geopolítica multipolar, basada en las federaciones regionales, lo que se ha dado en llamar regionalismo abierto; y b) una sociedad civil global activa y crítica, es posible construir una ONU democrática. Ahora bien, ¿en qué consiste una ONU realmente democrática? Recordemos que se trata de recuperar a escala global la lógica de los Estados del bienestar (nacionales) y de reestablecer la preeminencia de los derechos sociales por encima de los derechos del capital. Ésta y no otra es la lógica de la democracia.
Si miramos aquella parte del sistema de Naciones Unidas que se encarga de los asuntos económicos y sociales, encontraremos dos grupos de instituciones. Por un lado los organismos económicos y financieros: el FMI, el BM y la OMC, la “santísima trinidad” del orden neoliberal. Por el otro, una plétora de instituciones de tipo social o cultural: la OIT, la OMS, la UNESCO, la FAO, etc. Las primeras dirigen la economía internacional y su proceso de integración: hacen las veces de un “ministerio de economía” global. Tienen poder, pero no son democráticas: están controladas por las potencias occidentales (los países del g-7), y más concretamente, por los EEUU. Las segundas disponen de legitimidad, dado que tienen la misión de promover los derechos sociales y culturales de la humanidad, pero carecen de poder político y capacidad financiera para promoverlos eficazmente. Nuestra utopía de hoy pasa por dotar de legitimidad a las instituciones con poder, es decir, pasa por democratizar el FMI, el BM y la OMC, con el fin de poner el crecimiento económico global al servicio de los países menos desarrollados y del bienestar social de la humanidad en su conjunto. Y pasa por dotar de poder a las instituciones sociales, que hoy sólo tienen casi un valor moral.
1. ¿Qué debería hacer un FMI democrático? A) Regular la libre circulación de capitales, para estabilizar los mercados financieros y evitar las crisis sistémicas, como las que han sufrido en la última década países como México o el Sudeste asiático; B) eliminar los paraísos fiscales; y C) penalizar la especulación financiera, ya sea con la “tasa Tobin” o con cualquier otra medida de propósito parecido.
2. ¿Qué debería hacer un BM democrático? En la medida que su misión es erradicación de la pobreza, debería poner las bases de un sistema de redistribución a nivel global: un “sistema fiscal internacional”. Según el PNUD, las necesidades más elementales de los pobres del mundo (el acceso al agua potable, alimentación básica, escolarización gasta 5† grado y salud primaria) tienen un coste de un 2 % o 3 % del producto mundial. ¿Cómo la humanidad hoy no es capaz de articular un sistema de solidaridad financiera Norte-Sur capaz de redistribuir un 1% o un 2 % de la riqueza del mundo para financiar los servicios sociales básicos del Sur, es decir, para salvar la vida de la gente? Parece altamente utópico, pero ¿qué es si no el 0’7% sino un embrión, raquítico e insuficiente, de este sistema fiscal global? Los Fondos de Cohesión de la Unión Europea son un buen ejemplo (a escala regional) de cómo países ricos financian parte de las infraestructuras de los menos ricos para promover su crecimiento. Hace falta algo similar a escala mundial.
3. ¿Qué debería hacer una OMC democrática? Acabar con un sistema comercial mundial asimétrico, que proclama el libre comercio y sólo lo aplica al Sur, pero no al Norte. La hipocresía de los países ricos en relación con el libre comercio es estrepitosa: “haz lo que digo pero no lo que hago”. La OMC debería acabar con los aranceles y las subvenciones que los países del Norte ponen a los productos de los países del Sur, y que es una de las acciones que más frena su desarrollo.
4. Estas instituciones podrían integrarse –o quedar bajo el control político- de un Consejo de Seguridad Económico y Social (CSES) que ya estaba previsto en la Carta Fundacional de la ONU pero nunca se creó, y que sería el contrapeso del actual Consejo de Seguridad Político y Militar (CSPM). El CSES podría impulsar, además, un Tribunal de la Deuda, que se encargue de fomentar de manera imparcial la condonación de la duda externa de los países pobres.
¿Qué cometido deberían llevar a cabo las instituciones sociales y culturales de la ONU, si dispusieran de más poder político y mayor capacidad financiera? La economía mundial afecta a cuestiones sensibles para el desarrollo y la justicia de la sociedad global tales como la salud, la educación, la cultura, la alimentación, o el medio ambiente. Estas instituciones deberían tener capacidad para regularla, en lo que a sus áreas es refiere:
1. La OIT debería tener la capacidad para instaurar unas condiciones laborales mínimas de cumplimiento obligatorio para cualquier para cualquier país y para inversor extranjero en el Tercer Mundo.
2. La OMS debería tener el derecho de regular de acuerdo con el derecho a la salud el actual sistema de patentes vinculado a la industria farmacéutica, que hoy depende en exclusiva de la OMC.
3. Se debería crear un Consejo de Seguridad Medioambiental encargado de impulsar el proceso iniciado con el tratado de Kyoto, para llevar a cabo una regulación global y cooperativa de los límites ecológicos del crecimiento económico mundial
4. La FAO debería tener derecho a limitar el libre comercio siempre que éste afecte a la seguridad alimentaria de los países.
5. La UNESCO debería proteger la diversidad cultural de un modelo de capitalismo global que, al tiempo que incrementa las desigualdades, supone una poderosa fuerza de occidentalizacioón de los países del Tercer mundo y de las culturas tradicionales. El fundamentalismo es, en cierto modo, una reacción defensiva contra esta occidentalización. La UNESCO debe velar porque el desarrollo económico no sea vicario de una homogeneización cultural del planeta, al tiempo que debería promover un diálogo entre culturas que inmunice la defensa de la identidad cultural del riesgo del fundamentalismo.
6. Vinculado a la UNESCO, se podría establecer un Consejo Mundial de las Religiones, que, a la manera del actual Parlamento Mundial de las Religiones, ofrezca un espacio para el diálogo interreligioso y desactive todas aquellas manipulaciones políticas de la religión que las utilizan como una excusa para el choque de civilizaciones. Este Consejo debería mostrar las religiones como una fuerza al servicio de la paz y la justicia social mundiales.
La otra gran área de instituciones de la ONU que debería reformarse en una clave democrática son aquellas relativas a la paz y la seguridad mundiales, para ofrecer una alternativa al actual orden imperial norteamericano. Imaginamos tres pilares básicos para una política mundial más democrática:
1) la democratización del Consejo de Seguridad (CSPM), para que refleje equitativamente el mundo, y no sólo sus potencias militares. Un CSPM democrático, un verdadero G-8 o G-9, estaría compuesto por las federaciones regionales y aquellos grandes países que ya son una región del planeta por sí mismas: China, India, Rusia, la Unión Europea, el Mercosur, la Unión Africana, la Asociación del Sureste Asiático, la Liga Árabe, y los Estaos Unidos. Valga la lista sólo de modo intuitivo. Todos deberían contar con derecho de veto, que es la expresión del poder en este foro, y no sólo algunos.
2) el reforzamiento del Tribunal Penal Internacional como fuente supranacional del derecho internacional, al cual deberían estar sometidos todos los Estados. El Tribunal podría ser la sede de una “policía mundial” que poco a poco fuera sustituyendo a los ejércitos en el mantenimiento de la paz y la seguridad de las instituciones del mundo. Se trataría de un paso adelante en el largo proceso que lleva a la humanidad de la regulación de sus relaciones políticas internacionales mediante la fuerza de las armas a la regulación mediante el derecho democrático.
3) mientras, las potencias militares mundiales (la UE, los EEUU, China, India, Rusia, etc.) podrían establecer una cláusula en sus constituciones según la cual sus ejércitos sólo puedan intervenir en el exterior cuando cuenten con la petición o la autorización expresa del CSPM, debidamente democratizado. De esta manera, los grandes ejércitos del mundo estarían al servicio de la comunidad internacional, y se podrían ir convirtiendo en “fuerzas de paz”, y no, como son ahora, en “ejércitos para la guerra”.