Una mirada negra sobre la sociedad latinoamericana

 

Una mirada negra sobre la sociedad latinoamericana, Thiago Teixeira, Belo Horizote, MG, Brasil

Entendemos que la propuesta inicial de este texto apuntaba a un análisis de la mirada negra sobre la sociedad latinoamericana. Sin embargo, asumiendo la premisa de mis mayores, aquellos que rechazaron el proyecto de hegemonía colonial, así como las tácticas políticas de sustracción de la diferencia, queremos utilizar la pluralidad de miradas como parámetro de análisis, porque, al contrario de lo propuesto por las bases de colonización de la modernidad -y su actualización en la actualidad- las presencias negras son múltiples y, en su diversidad, desatan los nudos de las políticas de homogeneidad que alimentan una moral violentamente restrictiva.

Al comprender la pluralidad de los sujetos negros, en términos de género, clase, territorio y sexualidad, por ejemplo, podemos refutar uno de los principales pilares de la política moderna y su fetiche por el exterminio: el rechazo de la diferencia. Las prácticas, los valores y los archivos coloniales desprecian la diferencia, porque su presencia demuestra lo frágil que es la norma, ya que necesita construirse como natural, bajo la sangre de aquellos a los que se marca como objetivo. Al igualar la diferencia y la desigualdad, las políticas coloniales mitigaron la posibilidad de existencia de cuerpos que, a la luz de sus aspiraciones genocidas, eran significados como el otro. Las dinámicas coloniales allanaron caminos políticos que neutralizaron y desmoronaron la posibilidad de convivencia, porque, para que su proyecto de supremacía y pureza de la raza se consolidara, era necesario construir, de forma multiarticulada, una repulsión a la diferencia.

La raza, y consecuentemente el racismo, operan en la actualización de estas técnicas de control, de neutralización y exterminio de los cuerpos leídos como disidentes. Por cierto, hay que subrayar que, en este lugar, los cuerpos dejan de existir, porque se convierten, en el contorno de los pactos entre semejantes, en carne. Una presencia pública desprovista de humanidad y, por tanto, fácilmente brutalizable, sin que las múltiples violencias constriñan a quienes, aun siendo los grandes torturadores e inmorales, se entienden a sí mismos como civilizadores. Al subrayar el contenido sistemáticamente político del racismo, nos enfrentamos a una dinámica sofisticada que se desliza desde la modernidad hasta aquí, haciendo que las jerarquías sociales, técnicamente producidas, sean calificadas como un destino, un fenómeno ineludible o acrítico. La raza, así como los circuitos de jerarquización socio-política que se despliegan a partir de ella, es de hecho una producción que hace que la existencia de los sujetos sea brutalmente destruida.

Se trata, pues, de una corrosión ontológica que, de manera multidimensional normaliza la degradación pública de los sujetos negros, fomentando así una realidad política que reduce su presencia, ratificando la blancura y la blancura como humanidad; autoriza las ejecuciones, simbólicas y concretas, de los sujetos negros, configurando las composiciones políticas más perversas que no se interesan por subrayar lo que es vida y lo que es muerte, sino que se ocupan cotidianamente de que la muerte de las carnes disidentes, en su pluralidad, no sea llorada. La raza opera como una autorización política para la muerte. En la modernidad, su composición nace concomitantemente con el deseo de desfigurar identidades que, frente al humanismo colonial, son desechables y descartadas.

Para constreñir, en un movimiento ético y subversivo, las redes de la memoria colonial, necesitamos mantener viva la importancia de nuestras diferencias. Avanzando en esta dirección, podremos componer una realidad política comprometida con el reconocimiento. Este, el reconocimiento, sólo puede existir en el momento en que somos afectados por la presencia del otro que, en este caso, no es privado de su humanidad. Por último, las perspectivas de los negros sobre la sociedad latinoamericana son múltiples y, en su diversidad, afirman que su humanidad no se negocia.