Una Patria Grande sin Deudas.

UNA PATRIA GRANDE SIN DEUDAS

Pedro CASALDÁLIGA


En este emblemático año 2000 que va a transtornar las computadoras del mundo, lleno el año de sombras fabulosas como el mar de los antiguos marinos, se da una sorprendente confluencia de voces que parecerían muy dispares. Desde políticos marxistas o militantes populares hasta el Papa Juan Pablo II, un coro inmenso de Humanidad está pidiendo la revisión o la reducción o el cancelamiento de la Deuda Externa. En ciertos ambientes, esa Deuda y el año 2000 han pasado a ser como sinónimos: el año famoso de la famosa Deuda.

Nuestra Agenda Latinoamericana tenía que entrar necesariamente en ese coro. La Deuda Externa es, pues, el tema central de la Latinoamericana’2000.

Sólo que para nosotros la Deuda no es deuda y, por otra parte, son muchas las deudas.

¿La Deuda Externa es una deuda nuestra? ¿Quién debe a quién? ¿Cuáles son las causas y cuáles los efectos de esa Deuda? El Instituto de Políticas Alternativas para el Cono Sur, PACS, ha lanzado una cartilla sobre la Deuda Externa cuyo sumario ya es significativamente revelador: “¿La Deuda Externa tiene padre y madre? ¿Quién paga la Deuda Externa? ¿A quién se paga? No nos endeudamos, nos endeudaron. No nos desarrollamos, nos subdesarrollamos. Todo para el capital, migajas para lo social. Por el cancelamiento de las deudas impagables…”

Los textos especializados que publicamos en este número de la Agenda desentrañan lúcidamente la génesis, la mentira, la perversidad de ese monstruo económico y social que agarrota la vida y el futuro del tercer mundo.

Nacer endeudados, vivir endeudados, morir endeudados, acaba siendo el destino de los pobres de ese mundo tercero, el destino fatal de Nuestra América, pues. La Deuda Externa es la muerte interna. En Nuestra América concretamente, la Deuda se duplica cada diez años, y en 1998 ya alcanzó los 700.000 millones de dólares.

Se viene aceptando con una rutina fatal que la Deuda Externa sea una deuda que hayan contraído nuestros países del tercer mundo con los países prepotentes del primero y/o con sus bancos onmipotentes.

Acabamos habituándonos a esa guerra total, la más mortífera de cuantas guerras registra la historia humana, expresión máxima de la dominación internacional, colonialismo omnímodo, holocausto no sólo de un pueblo sino de muchos pueblos, de continentes enteros, de todo el tercer mundo. Guerra, dominación y colonialismo, por otra parte, que se quieren justificar, cínicamente, por el derecho internacional de los que tienen y pueden: “Toda deuda supone un deber y un derecho. Las deudas se pagan”. Menos cínicamente, otras voces, supuestamente realistas y hasta muy científicas a su modo, quieren enseñarnos que contestar la Deuda Externa es ingenuidad política, fuga histórica, irresponsabilidad económica. Y seguimos pagando, no la Deuda, no; apenas y mal sus intereses: el lucro de la mayor usura histórica. Los pobres de la Tierra son exportadores de capital neto para los ricos de la Tierra.

La deuda externa y sus reivindicaciones acaban siendo la verdadera constitución real de nuestros pueblos humillados. Somos el patio trasero del FMI, la carnicería del Banco Mundial.

Una primera actitud de lucidez histórica y de coherencia política ha de ser negar la Deuda Externa. Más aún: revertir contra los supuestos acreedores la infinita deuda externa que ellos sí han contraído a lo largo sobre todo de los últimos 500 años, arrancando las entrañas de nuestros subsuelos, talando nuestras florestas, sometiéndonos al trabajo esclavo, corrompiendo nuestros políticos, amamantando nuestras dictaduras, entrenando a nuestros torturadores, matando de hambre y de miseria a nuestros pueblos…

Una segunda gran actitud que debemos afirmar en nosotros y nosotras y propagar por todos los medios posibles, es la de cobrar las verdaderas deudas. Las deudas que el primer mundo ha contraído y viene contrayendo contra el tercer mundo descaradamente, homicidamente, y las deudas que nuestras políticas sometidas han ido contrayendo contra nuestros pueblos.

La Semana Social que organiza el sector social de la CNBB hace hincapié en vincular siempre la problemática de la Deuda Externa con el desafío de las deudas sociales. Porque se trata de una confrontación dialéctica. Si se paga la Deuda Externa (o aunque sea solamente sus intereses), evidentemente no se puede pagar la interna deuda social, contraída con la salud, la educación, el trabajo, la seguridad, la reforma agraria, los derechos humanos… la vida, en fin, de nuestros pueblos.

Contra la Deuda Externa deben imponerse la dignidad interna y la Justicia interna y externa.

Nuestra Agenda viene siendo un manual fraterno de intersolidaridad latinoamericana: ¡esa querida Patria Grande que podemos y queremos liberar!. Si alguna intersolidaridad puede salvar Nuestra América (y todo el tercer mundo también) del colapso económico y social al que los mecanismos del sistema neoliberal nos condenan, ésa será la voluntad integrada, altivamente criolla, dignamente humana en última instancia, de no pagar la Deuda Externa… ¡para pagar las internas deudas sociales!

Por eso, en esta edición de la Latinoamericana’2000, hemos pedido a compañeros y compañeras que nos desglosen el alcance de esas deudas sociales y su conexión con la inicua Deuda Externa. Para abrir los ojos y para juntar los gritos y las manos.

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El año 2000 es también, para el mundo cristiano, el año del gran Jubileo de la Encarnación de Dios en nuestra historia. En nuestras deudas se metió, para enseñarnos, como diría después Pablo, que sólo debe existir la deuda del amor mutuo (Rm 13, 8).

El único modo realmente cristiano de celebrar este Jubileo –sin exhibicionismos y superfluidades, como advertía el cardenal Martini, de Milán- es hacer del mismo lo que el Jubileo bíblico originalmente exige: restituir a los pobres la tierra, la libertad, las condiciones dignas de vida.

Desgraciadamente, los ideólogos y los “cobradores” de la Deuda Externa, aunque muchos de ellos se consideren cristianos, no lo son hasta el punto de querer llevar su fe a las exigencias de la justicia y la solidaridad. Difícilmente aceptarán que cobrar esa Deuda Externa sea pecado “mortal”, porque mata de verdad. Para nosotros, lo es. El verdadero Dios de Jesús, el verdadero Dios de Abraham, Dios, en fin, nunca ha podido pedir –aunque así lo crean los fundamentalistas o los idólatras- el sacrificio de ningún Isaac. Es el Moloc de ayer o el Moloc de hoy quien pide estos sacrificios…

Evidentemente, no teníamos por qué esperar al año 2000 –como si fuera necesaria la excusa de una celebración jubilar- para denunciar la iniquidad de la Deuda Externa y para organizar una campaña mundial de conciencia y de solidaridad contra la misma. Si antes hemos dormido, pecando gravemente de omisión como personas, como instituciones también, como Iglesia en este caso, por lo menos ahora “oyendo la voz del Señor”, como diría el salmo 94, “no endurezcamos nuestros corazones”. Todo lo demás que se haga con ocasión del Jubileo, será muy relativamente cristiano si no se reivindica clamorosamente el derecho de todos los pueblos y de todas las personas a la vida y a la dignidad. Denunciar, contestar, rechazar la Deuda Externa y pagar consecuentemente las deudas sociales, habría de ser (¿será?) el gran modo legítimamente bíblico de celebrar el jubileo de nuestra Liberación.