Una reflexión a cincuenta años del golpe cívico militar en Chile
Oscar Duarte Colectivo Ciudadano de Peñalolen, Santiago de Chile
I.- El sueño que soñamos.
Cada vez que se mira hacia ese 11 de septiembre de 1973, la memoria tropieza con el horror y se posa en el dolor. Lo cierto es que ese horror y ese dolor llegaron a destruir la alegría y la esperanza que significó el gobierno de la Unidad Popular encabezado por Salvador Allende.
En esos tres años de gobierno se había iniciado una hermosa gesta, caracterizada por un profundo sentimiento de solidaridad, en que el pueblo pobre empezaba a ser protagonista de la historia.
Desde el gobierno se impulsó la nacionalización del cobre, se profundizó la reforma agraria, se mejoró el sistema educacional (con importante ampliación del acceso a la universidad). En salud se mejoró el equipamiento de los hospitales, se estableció un programa de distribución de medio litro de leche diaria a cada niño, desarrollando un esfuerzo educativo tendiente a la prevención. A lo largo del país se desarrolló una creciente actividad cultural. Más de tres millones 600 mil “minilibros” de Quimantú, llegaron a hogares populares, a un costo bajísimo.
Se buscaba el desarrollo intelectual, educacional, organizativo y participativo de los sectores populares, implementando un modelo de sociedad que ciertamente afectaba los intereses económicos de la oligarquía y de las grandes corporaciones transnacionales.
Esos intereses no esperaron, encabezados por el Partido Nacional y la Democracia Cristiana, con el apoyo de los E.E. U.U., se realizó una enorme y cara campaña de desestabilización, marcada por el acaparamiento de productos básicos, paralización de camioneros, sabotajes a la producción y atentados con explosivos (ejecutados por Patria y Libertad y miembros de la marina). El golpe cívico militar fue el corolario de una tragedia anunciada: no era posible aceptar que los excluidos comenzaran a decidir los destinos del país y se encargaran de la explotación de fundos y de fábricas. Y, sobre todo, no era posible permitir la independencia del dominio extranjero.
II.- Las formas de la resistencia.
En un marco de asesinatos, desapariciones, torturas, se desarrollaron múltiples formas de resistencia: pequeños grupos armados que no tuvieron la capacidad de revertir el golpe, el nacimiento de organizaciones de familiares de detenidos desaparecidos y de presos políticos, de defensa de los derechos humanos que denunciaban la barbarie cometida por civiles y militares (en Chile y el extranjero).
Entrados los 80, grandes movilizaciones nacionales, en las distintas ciudades mostraban el descontento, y se oponían a la tiranía. En las poblaciones las ollas comunes, el comprando juntos, resistían a la pobreza. En las agrupaciones culturales y juveniles, muchas de ellas al amparo de las parroquias, se discutía de política y se organizaba la protesta social.
III.- La herencia neoliberal
Pinochet dejó el gobierno en marzo de 1990, después de una salida negociada, y se mantuvo en una posición de poder y vigilancia.
Como resultado de la implantación del modelo neoliberal, iniciado por Pinochet y perfeccionado por los gobiernos de la concertación y de la derecha, Chile se transformó en uno de los países más desiguales del mudo. El país cambió, se generó una cultura basada en el consumo y en el individualismo. Se mercantilizó la educación, la salud, la previsión social.
A 50 años del golpe vemos como se ha destruido el desarrollo educacional e intelectual de la ciudadanía, cuya conciencia es manejada por los medios de comunicación de las élites, creando el terreno propicio para la falta de participación, organización y decisión.
A pesar de las expectativas que se generaron con la revuelta de octubre de 2019, aún no se abren las anchas alamedas y sólo nos queda continuar con la enorme e imprescindible tarea de construir una sociedad mejor en la que se haga costumbre la dignidad y la alegría.