Una religión más que europea
Una religión más que europea
Raimon Panikkar
Ecce nova facio omnia (Ap 21, 3)
Habida cuenta de la oportuna distinción entre ortopraxis (lo más importante) y ortodoxia (lo esencial), en esta relación me atendré sólo a la primera, aunque no habría que separar ambas cosas (Mt 23, 3).
I. Lo más importante es la disponibilidad para abrirnos a una renovación radical, a una nueva época en la historia cristiana. El “progreso” no puede continuar, y el “regreso” no es posible. Si nos referimos en particular a la Iglesias, se podría decir que no sólo ha de ser reformada, sino transformada. Esta transformación equivale a una muerte y una resurrección (“Si el gran de trigo no muere…”: Jn 12, 24). El tercer milenio requiere la metamorfosis de una Iglesia ligada hasta ahora a un solo filón religioso-cultural. Una Iglesia católica debe superar la ideología del monoculturalismo (esencia del colonialismo). Esto implica la audacia de la kénosis: la Iglesia dispuesta a convertirse en sal y no en alimento para la humanidad. Tres cuartas partes de la humanidad no pertenecen al filón de Abraham.
En el tercer milenio la mayoría de los creyentes no pertenecen a Europa y, por consiguiente, sentirán (y, de hecho, ya sienten) la vestidura cultural y dogmática cristiana como un peso que no viene de Cristo (“mi yuyo es suave y mi carga ligera”: Mt 11, 30), sino de la dependencia que la Iglesia tiene de la historia europea, que ha forjado hasta ahora la teoría y la praxis del cristianismo. Además, también las nuevas generaciones europeas han perdido la cosmovisión que subyace a la teoría y la praxis de la Iglesia.
Así pues, me complace afirmar que “lo más importante” es liberarnos del peso de la historia: la cristiandad –con su grandioso ideal jurídico, monárquico (globalizador) y conceptualista, que va desde la estructura eclesiástica hasta su praxis- que corresponde a la Iglesia postconstantiniana. Esto exige que nos emancipemos de la rígida absolutización de los dogmas como si estuvieran por encima de toda cosmovisión y no estrechamente ligados a una cultura que ya no puede abrigar la pretensión de ser universal.
Esta metamorfosis no destruye la “tradición”, sino que, por el contrario, la hace tal precisamente porque la transmite (de tradere) de una forma viva y comprensible a nuestro mundo constantemente cambiante.
II. Lo más importante consistiría, por tanto, en la simplificación evangélica del cristianismo entendido, como doctrina: el capítulo 11 de Mateo, que acabamos de citar, es un ejemplo y una profecía de ello. Cristo transmite sobre todo la Vida (Jn 10, 10).
III. Esto requiere una confianza en el Espíritu que es la esperanza de la cristianía entendida como participación vital en el Cristo vivo que, como Logos, continúa hablando y encarnándose.