Una «Utopía que funciona». El cristianismo al final del primer siglo

Una «Utopía que funciona»
El cristianismo al final del primer siglo
 

Eduardo Hoornaert


La semejanza entre el cristianismo primitivo y el socialismo utópico ha sido resaltada por diversos intelectuales comunistas anteriores a la revolución rusa de 1917. En 1908, el autor alemán Karl Kautsky (1854-1938) –el más importante teórico de la Democracia Social alemana después de la muerte de Friederich Engels (1895)- escribió un libro sobre «El origen del cristianismo». Las conclusiones de ese estudio, muy ponderado, son hoy aceptadas por la mayoría de los estudiosos: el cristianismo de los orígenes es una «utopía socialista», vuelto hacia las clases trabajadoras (esclavos, libertos, artesanos, pequeños comerciantes).

Pero las conclusiones de Kautsky no penetran fácilmente en las iglesias, porque entran en confrontación con la manera como el cristianismo se organiza hoy día, con su estructura jerárquica y su carácter corporativo. Mucho dependerá, en el futuro, de la sinceridad que los cristianos tendrán –o no- para mirar de cara su propio origen, y de la energía que conseguirán –o no- para cambiar el curso del cristianismo vigente. Será ciertamente un trabajo arduo, pues es difícil aceptar que la Iglesia se haya desviado en aspectos fundamentales del camino trazado por Jesús. Y más difícil todavía será corregir los rumbos trazados desde hace siglos.

Algo que puede ayudar es el conocimiento de las realizaciones concretas que lograron los cristianos de las primeras generaciones, que tienen mucha semejanza con lo que hacen hoy algunos grupos cristianos en nuestras comunidades. En general, evocar los orígenes del cristianismo causa extrañeza en la mayoría de los cristianos. Un católico, por ejemplo, habituado a ver al primer mandatario de su Iglesia –el Papa- ocupar un palacio como todos los dignatarios del mundo e identificarse con ellos en la manera de hablar y de presentarse, tendrá dificultad para imaginarse cómo fueron los orígenes. Causa extrañeza leer que los hombres y mujeres de las primeras generaciones cristianas acostumbraban a abrir sus casas para los que venían del interior buscando trabajo a Roma o a otras metrópolis del imperio, como Alejandría o Antioquía, o llegar a exponer sus vidas para cuidar de los enfermos a la hora de una epidemia.

En una Agenda Latinoamericana que enfoca la proximidad entre el sueño socialista y sueño cristiano, vale la pena evocar algunos ejemplos de la vida diaria en el seno del cristianismo, al final del primer siglo, setenta años después de la muerte de Jesús. La actuación de estos cristianos puede ser llamada «utopía que funciona», pues formaba efectivamente comunidades humanas fraternas y justas. Estas minúsculas realizaciones cristianas, en las últimas capilaridades del cuerpo social de aquellos tiempos, aparentemente no cambiaron el curso de la historia. Pero fueron las que dieron vigor a una estructura que, lamentablemente, se desvió más tarde y comenzó a soñar con el poder, el estatus, la honra y la posición social. La praxis de aquellas comunidades cristianas no debe ser confundida con el asistencialismo, pues aquí no es el rico el que da la mano al pobre, sino que son los pobres mismos quienes se ayudan mutuamente y se dan la mano entre sí. Por consiguiente, hablamos aquí de «beneficiados» dentro de una circularidad de servicios: los beneficiados de hoy son pronto llamados a convertirse en beneficiadores, en caso de que decidan participar del grupo cristiano.

El autor alemán Ernst Bloch, comunista, autor de «El principio Esperanza», califica al cristianismo emergente del cambio de siglo (y también mucho tiempo después) como uno de los ejemplos más impresionantes de una «utopía que funciona». Se trata de una afirmación de gran valor, pues Bloch no era cristiano ni tenía simpatías por la Iglesia. Con su evaluación, Bloch saca a la luz una historia que no fue relatada por los historiadores de la época (como Tácito o Suetonio), porque estos historiadores desconocían lo que pasaba en la base de la sociedad. Y está igualmente ausente de la historia de la Iglesia, que acostumbra a ocuparse de las cuestiones de organización interna. Evocaremos aquí sólo algunos ejemplos, pues el tema sería muy largo.

La caja comunitaria. San Pablo, por los años 50, ya recomienda que el primer día de la semana (domingo) se pongan aparte, en un jarro, las monedas que sobren del gasto semanal planificado para la familia. Esas monedas son para los pobres, las viudas, los huérfanos, los enfermos y discapacitados mantenidos por el núcleo cristiano local (1Cor 16,2). Pablo mismo recogía dinero para llevar a los pobres del núcleo de Jerusalén, el año 49. En su Apología (67, 5-6), Justino describe con detalle cómo funciona esto en los núcleos de Roma, a mediados del siglo II. En la Tradición Apostólica, de 218, se mencionan las comidas organizadas especialmente para pobres. Estas prácticas han debido durar siglos, pues a mediados del siglo IV, cuando el emperador Juliano quiere corregir la política de su antecesor Constantino, protector del cristianismo, y pretende volver al paganismo como religión oficial del imperio, recomienda que las autoridades locales sigan el modelo cristiano y creen locales de asistencia social y hospedaje. Eso muestra la profunda penetración del cristianismo en medios populares.

Los extranjeros. Los núcleos cristianos están activos en la asistencia a personas sin ciudadanía romana, los llamados «extranjeros» o «paroikoi» (gente sin tierra, sin ciudadanía, sin una posición social reconocida; de ahí viene el término «parroquia»). Les dan un sentido de pertenencia, de dignidad, de identidad social. El extranjero se siente en el núcleo cristiano como en su casa.

Las viudas y los huérfanos. Un grupo social particularmente beneficiado es el de las viudas y los huérfanos. El cuidado para con ambos es una herencia directa de la sinagoga, que mantiene a lo largo de los siglos una impresionante estructura de amparo a la viudez y a la pobreza. Tan impresionante, que el emperador Juliano escribe a mediados del siglo IV: No se ve un solo judío mendigando en la calle. La gran diferencia entre la caridad judía y la cristiana está en su alcance. Mientras la sinagoga sólo atiende a los judíos, los núcleos cristianos acogen a todos. La carta atribuida a Santiago, que circula en Siria hacia el final del primer siglo, define la religión así: visitar huérfanos y viudas en sus necesidades y mantenerse limpio de la corrupción de este mundo (1,27). En la sociedad romana las viudas son numerosas, y jóvenes. Los núcleos cristianos les dan una identidad. Por ejemplo, una carta del obispo Dionisio de Roma, fechada en 251, relata que esa Iglesia sostiene más de 1500 viudas e indigentes.

Los fallecidos. Otro campo de actuación cristiana es el de la sepultura de los muertos. Una vez más es el emperador Juliano quien nos informa sobre la persistencia de este servicio en el siglo IV. Los cementerios cristianos de Roma, Alejandría y Antioquía todavía hoy son visitados y constituyen una de las pruebas más llamativas de la vitalidad del movimiento cristiano de la época.

Los perseguidos. Beneficiados y gratificados en su autoestima son los que fueron arrastrados ante las autoridades, sometidos a interrogatorios, y no renegaron. Tienen reservado un asiento de honor en el lugar de reunión. Pues no son raros los que sufren prisión o confiscación de sus bienes por las autoridades del imperio. Queda para siempre grabada la memoria de los que llegan a morir sin renegar de su fe: personas que sufrieron por causa del nombre del Hijo de Dios. Sus nombres figuran todavía hoy en los martirologios.

El rescate de esclavos. Un servicio social altamente apreciado entre esclavos y libertos consiste en el pago de un precio de rescate para prisioneros de guerra reducidos a esclavitud. El término dado a ese rescate, que se mantendrá por siglos, es «redención de cautivos», o simplemente «redención». Durante la Edad Media se crearán congregaciones religiosas específicamente dedicadas al rescate de esclavos (sobre todo de las manos de los musulmanes). El mantenimiento de esclavos en manos de quien los compra de los «bárbaros» es una costumbre tolerada por los juristas romanos, aun en el caso de ciudadanos romanos. El cristianismo no tolera ese abuso, y los núcleos hacen lo posible para promover la «redención» efectiva, lo que les atrae una inmensa simpatía. Clemente romano escribe por el año 100: Conocemos muchos entre nosotros que se entregan a sí mismos a las cadenas (de la esclavitud) para liberar a otros. No pocos se entregan como esclavos y, con el precio de la venta, dan alimento a otros.

Las epidemias. Excepcionalmente, la acción de los núcleos cristianos se hace sentir también a la hora de las epidemias, generalmente acompañadas de brotes endémicos de hambre. Eusebio relata que los cristianos fueron los únicos en visitar, remediar y sepultar a las víctimas de una peste que se expandió por la ciudad de Alejandría en 259, en la que murieron muchos. En aquella ocasión -dice Eusebio- las personas acostumbrabam a dejar a los enfermos en la calle, por miedo a contaminarse, pero los cristianos los metían dentro de sus casas. Lo mismo se repitió entre 305 y 313, durante una peste acompañada de hambruna. Este comportamiento de los cristianos conquista la admiración general. Eusebio: Los hechos hablan por sí. Todos exaltan al Dios de los cristianos, y admiten que ellos son los únicos verdaderamente religiosos y piadosos.

 

Eduardo Hoornaert

Lauro de Freitas, BA, Brasil