Vaciamiento de la democracia y genocidios económicos

Vaciamiento de la democracia y genocidios económicos

Coyuntura económico-política


Franz Hinkelammert

 


El vaciamiento de la democracia

Hay dos elementos decisivos de la actual crisis. Por un lado, la estrategia de globalización llegó a ser el obstáculo decisivo para lograr una respuesta frente a las grandes amenazas para nuestro mundo: la exclusión de partes cada vez mayores de la población mundial, la disolución interna de las relaciones sociales y la cada vez más visible destrucción de la naturaleza. Por el otro lado, la total subordinación de la política al automatismo de la deuda se ha transformado en el motor de este proceso destructivo.

Son los países democráticos, es decir, aquellos países que arrogantemente se presentan como las democracias modelo, quienes imponen esta política al mundo entero. Estos países tienen hasta ahora mayorías internas para esta política, y declaran como no-democráticos a todos los gobiernos que no aceptan incondicionalmente esta política. Si se someten a ella, son democráticos, aunque sus presidentes se llamen Pinochet o Mubarak. Por lo menos serían democráticos en su esencia, aunque no en su apariencia. Este criterio es el de las democracias modelo, sobre todo de EEUU y Europa. Con este criterio democratizan el mundo.

Pero, ¿por qué hay mayorías a favor de esta deficiencia mental? Brecht decía: solamente los terneros más grandes y tontos eligen ellos mismos sus carniceros. Pero se sigue eligiéndolos. Aunque a veces no.

Se trata de lo que se llama la soberanía popular, que pretendidamente vale en las democracias modelo: «todo poder sale del pueblo». Sin embargo, esta soberanía popular tiene un punto problemático. Hoy consiste en que el pueblo declara soberanamente que el poder económico y, por tanto, el Capital es el soberano. La cancillera Merkel en Alemania lo dice: «la democracia tiene que ser conforme al mercado». Y se dice en un lenguaje muy específico. Se dice que el mercado es un ser autorregulado que no debe ser intervenido por ninguna voluntad humana, y por tanto tampoco por la voluntad expresada en las elecciones por el soberano popular. La Unión Europea entiende eso como el contenido central de su constitución.

Ésa precisamente es la afirmación según la cual el Capital es el soberano que tiene que ser confirmado por la soberanía popular. Según nuestros apologetas de la soberanía del Capital, la soberanía popular deja de ser democrática si no afirma esta soberanía del Capital. Por tanto, la soberanía popular que no afirma la soberanía del Capital es antidemocrática, incluso totalitaria. Sin embargo, Pinochet y Mubarak son democráticos por el hecho de que imponen la voluntad general (volonté general, Rousseau), aunque no sean elegidos. Son conformes al mercado, como dice Merkel.

Ése es el vaciamiento de la democracia, como ha tenido lugar en las democracias modelo. El pueblo renuncia a su soberanía y la entrega al poder económico, que se hace presente como Capital. Los métodos para lograr esto son muchos. Solamente quiero mencionar dos, que tienen un carácter central: la creación de la opinión pública en el sentido de una opinión publicada, y la amplia determinación de la política por el financiamiento de las elecciones.

El dominio sobre los medios de comunicación hoy está casi totalmente en las manos de sociedades de capital, que son sus propietarias. Estos medios de comunicación se basan en la libertad de prensa, que es la libertad de los propietarios de los medios de comunicación. Éstos se financian subvenciones en forma de publicidad comercial, pagada por otras socie-dades de capital. Cuanto más presuponen los medios de comunicación grandes capitales, se transforman en instancias de control de la opinión pública y, por tanto, de la libertad de opinión. Para estos medios no hay otra libertad de opinión que la libertad particular de sus propietarios y sus fuentes de financiamiento. Ésta la garantiza la libertad de prensa.

El derecho humano no es la libertad de prensa, sino la libertad de opinión de todos y por tanto universal, pero al hacer de la libertad de prensa el único criterio para los derechos de la opinión en los medios de comunicación, la libertad de prensa se ha transfor-mado en un instrumento sumamente eficaz para el control de la libertad de opinión universal. Éste es limitado, aunque solamente en cierto grado, por los medios de comunicación públicos, en cuanto tengan una autonomía efectiva. Berlusconi como propietario de la gran mayoría de medios de comunicación en Italia podía expresar hasta con trompetas su opinión sin casi ninguna contestación. Sin embargo, uno de los canales de televisión que le hizo la oposición más dura era un canal de la televisión pública RAI. No lo podía intervenir, porque tenía una autonomía asegurada por el derecho. Por otro lado, el presidente Reagan aseguró su poder en buena parte por su indiscriminada política de privatización de los medios de comunicación, inclusive con un conflicto durísimo con la UNESCO, a la cual retiró su financiamiento. Con eso aseguró un dominio incontestado sobre el derecho humano de la libertad de opinión en EEUU.

Para los políticos se trata de un límite serio porque necesitan medios de comunicación para hacer presentes sus posiciones políticas. Pero la condición para acceder a ellos es reconocer el poder económico, por tanto, el capital, como el soberano de hecho.

Una muy parecida situación se da en casi todos los procesos de elección. Un participante importante y muchas veces decisivo en las elecciones es el poder económico, como el verdadero soberano. Siempre está, pero su presencia es invisible. Este gran otro está presente hasta cuando él mismo ni lo sabe. Está presente en las elecciones de los candidatos, en los discursos y en los medios de comunicación.

Con eso la política recibe una nueva y muy importante función. Para tener éxito, casi siempre tiene que representar a este gran otro frente a los electores, a los cuales aparentemente siempre representa. Tiene que hacer eso en una forma en la que aparentemente los ciudadanos deciden ellos mismos por su propia voluntad que este gran otro es el soberano real. El político exitoso es entonces aquel cuya representación del gran otro es vivida por los ciudadanos como la propia decisión de ellos mismos.

Los indignados de España se dieron cuenta de este carácter de la democracia vaciada que los dominaba y les quita cualquier posibilidad de participación. Por eso exigieron «¡democracia real ya!», frente a un sistema que se presenta como la democracia verdadera.

La soberanía popular por eso no deja de ser algo real y efectivo. Que los ciudadanos tomen conciencia de la soberanía popular, es el gran peligro para esta democracia de las democracias modelo. La soberanía popular no es el resultado de una ley que la reconoce, sino muy al contrario, la ley que la reconoce parte del hecho de que un pueblo que se sabe soberano y que actúa correspondientemente, es efectivamente soberano, haya ley o no. Es esta soberanía popular que nuestras democracias tienen que transformar en soberanía del mercado y del Capital...; pero con eso pueden fracasar, y eso temen cuando empiezan levantamientos populares democráticos.

Estos levantamientos están hoy en curso y otros se anuncian. Empezamos en 2001 en Argentina. Para-lelamente a eso aparecieron gobiernos de izquierda como en Venezuela, Bolivia y Ecuador, que rechazan poner la soberanía del mercado y del Capital en el lugar de la soberanía popular. Por eso, en la opinión pública publicada de las democracias occidentales son considerados como no-democráticos.

Sin embargo, con una fuerza muy especial, aparecieron estos movimientos populares en el año 2011 en los países árabes, sobre todo del Norte de África. Eso llevó entonces al movimiento de los indignados en España, el mismo año.

En las democracias occidentales apareció la voz de alarma. Si se mostraba entusiasmo, casi siempre no era más que simple palabrería. Pero tenían que aceptar la democratización en algunos países árabes. En seguida se ofreció apoyo, pero este apoyo siempre hizo lo mismo: fundar democracias que pongan la soberanía del mercado y del Capital en el lugar de la soberanía popular. Quieren «democracias verdaderas». Eso parece ser más fácil cuando la rebelión de los movimientos populares se dirige en contra de regímenes dictatoriales, a pesar de que estos regímenes dictatoriales siempre han tenido anteriormente el apoyo casi absoluto de nuestras democracias modelo. Por eso, amigos de la libertad como Mubarak y Kadhafi, por eso, de un día para otro, fueron declarados monstruos. Antes eran buenos, ahora resultan malos.

Detrás de todo estaba solamente la preocupación de crear también en esos países democracias vaciadas como lo son hoy las democracias occidentales. Se trata de democracias como ya se han creado en Irak y Afganistán. Y está claro: los movimientos democráticos rebeldes no quieren para nada democracias-modelo como las creadas en Irak y Afganistán.

A eso siguieron los levantamientos democráticos en España y, por consiguiente, en el interior de una de estas democracias-modelo occidentales. También este movimiento quiere democracia. Dejan bien claro que se enfrentan a una democracia, en la cual los políticos hacen la política de los poderes del mercado y del capital y se hacen sus representantes, considerándolos como los poderes soberanos. En Argentina 2001 estos rebeldes gritaron: «¡que se vayan todos!».

El nombre que se dio este movimiento en España y que antes ya llevaron algunos movimientos árabes significa algo. Se llaman indignados. Significa que se sienten como seres humanos cuya dignidad ha sido pisoteada. El mismo sistema dominante se transformó en un sistema de negación de la dignidad humana.

Este movimiento amplía cada vez su contenido, manteniendo sin embargo su identidad. Eso ocurrió con las protestas en Chile en contra de la comercialización del sistema de educación y de salud. Lo mismo ocurrió al mismo tiempo en EEUU con el movimiento Ocupy Wall Street y se está ampliando al mundo entero. Uno de sus lemas era: stop trading with our future. Pone otra vez la exigencia del reconocimiento de la dignidad humana en el centro.

Presentan sus intereses, pero desde un punto de vista: de la dignidad humana. Eso está también en el fondo de los movimientos democráticos árabes. Seres humanos protestan y se rebelan porque son violados en su dignidad humana. Y quieren otra democracia porque la violación de su dignidad humana es un producto de la propia lógica de la democracia vaciada. Estas democracias occidentales solamente pueden reírse al escuchar las palabras «dignidad humana». Nada de eso existe, ése es el núcleo de esta nuestra democracia vaciada. El lugar de la dignidad humana lo ha ocupado la consideración del ser humano como capital humano, porque se cree que eso es «realista». Sin embargo, nos hace comprender de qué manera el Occidente vació muy democráticamente la dignidad humana y la hizo desaparecer. Se trata de la transformación del ser humano en capital humano y su total subordinación al cálculo de utilidad. Ciertamente, el «capital humano» no tiene dignidad humana, es nihilismo máximo.

De eso trata la rebelión en nombre de la dignidad humana. Y no solamente de la dignidad humana, también de la dignidad de la naturaleza. Los seres humanos no son capital humano y la naturaleza no es capital natural. La dignidad existe. Las democracias occidentales lo han olvidado hace mucho tiempo. Sin embargo, hay que recuperar la dignidad humana: un tratamiento digno del ser humano, del otro ser humano, de sí mismo y también de la naturaleza.

Los indignados no hablan en nombre de intereses y de la utilidad por realizar. Hablan en nombre de su dignidad humana encima de la cual no puede haber ningún cálculo de utilidad. Seguramente, comer da utilidad. Pero no poder comer no es una baja de utilidad, sino una violación de la dignidad humana. Eso no puede cambiar ningún cálculo de la utilidad. Sin embargo, nuestra sociedad es tan deshumanizada, que este horizonte de dignidad humana casi ha desaparecido, con el resultado de que casi todos se interpretan o se dejan interpretar como capital humano. Qué tenemos que hacer con la persona humana, eso nos lo indica el mercado. Y el mercado dice lo que dicen los banqueros. Y los políticos dicen lo que antes han dicho los banqueros. Por eso, si el mercado lo indica como útil, en cualquier momento puede empezar el genocidio. El mercado se transforma entonces en las «armas financieras de destrucción masiva» (Stiglitz), que hoy hacen su trabajo en Grecia y en España.

El poder económico deja morir, el poder político ejecuta. Ambos matan, aunque con medios diferentes. Por eso el poder político tiene que justificar el matar, mientras el poder económico tiene que justificar por qué deja morir y por qué no interviene en el genocidio dictado por el mercado. Sea la justificación que sea, ambos son asesinos. Ninguna de estas justificaciones es más que la simple ideología de obsesionados.

El asesinato por medio del dejar morir

La denuncia del asesinato ordenado por el poder económico tiene historia. En la biblia judía es expresamente denunciado: «Mata a su prójimo quien le arrebata su sustento, vierte sangre quien quita el jornal al jornalero» (Eclesiástico 34,22). Bartolomé de las Casas se decide a ser uno de los defensores de los indígenas de América, basándose en ese texto, a través del cual se convierte. Se está dando un genocidio contra los indígenas, y el eclesiástico lo denuncia.

Al final del mismo siglo XVI asume Shakespeare este tipo de denuncia y la pone en la boca de Shylock, el personaje de El Mercader de Venecia: «Me quitan la vida si me quitan los medios por los cuales vivo».

Aparece de nuevo esta problemática en los siglos XVIII y XIX. Se comienza a hablar sobre el Laissez faire, laissez passer. Malthus insiste especialmente en laissez mourir en vez de laissez faire.

En Adam Smith (La riqueza de las naciones, 1983) este dejar morir es ahora ley del mercado, lo que no es en Malthus. Según Smith, los mercados siempre dejan morir a aquellos que en el interior de las leyes del mercado no tienen posibilidad de vivir y así debe ser. Es parte de la ley del mercado. El equilibrio de la mano invisible se realiza dejando morir a aquellos que caen en la miseria. Si volvemos a la cita del Eclesiástico, eso significa que el equilibrio se logra por el asesinato de los sobrantes.

Es claro que para Malthus y Smith la tesis de Ecle-siástico, de que se trata de un asesinato, no es aceptable. Sin embargo, Marx insiste en ello, y cita en el Tomo I del Capital la tesis del Eclesiástico. También sostiene que las afirmaciones citadas de Malthus y Smith desembocan en el asesinato. Es interesante el hecho de que Smith presenta este dejar morir como consecuencia de una ley del mercado. Por tanto hay un legislador que condena a la muerte: el mercado.

En esta forma, es decir, como ley, todo eso sigue válido hoy y lo vivimos precisamente ahora con la condena del pueblo griego a la miseria a la cual han seguido otras condenas y seguirán muchas más. El poder económico condena a la muerte por medio del mercado, y ejecuta. Es la ley, la ley del mercado, quien ordena estas condenas. Da el permiso para matar y los portadores del poder económico ejecutan.

Esta ley del mercado tiene dos dimensiones. Una es la de la ética del mercado, de la cual habla Max Weber. Hayek la sintetiza: garantía de la propiedad privada y cumplimiento de los contratos. El cumplimiento de los contratos implica el pago de las deudas. Esta ética del mercado es ética de cumplimiento ciego: no hay razones para someter sus normas, que todas son normas formales, a un criterio de juicio y de evaluación. Como dice Milton Friedman, valen por fe en el mercado. Vale un rigorismo ético absoluto.

Al lado de esta ética del mercado se trata de leyes del mercado del tipo del dejar morir a los seres humanos sobrantes, es decir, los que no tienen cabida en el mercado. Leyes del mercado de este tipo constantemente son inventadas. Hoy toda la estrategia de globalización se considera ley del mercado que hay que cumplir ciegamente. Eso vale especialmente para el sometimiento de todas las relaciones sociales bajo las relaciones del mercado y la privatización en lo posible de todas las instituciones de la sociedad.

Ambas dimensiones de las leyes del mercado están íntimamente relacionadas. Una no existe sin la otra. Tienen en común su destructividad para la conveniencia humana, sea con los otros seres humanos, sea con la naturaleza entera. Se declara entonces esta destrucción resultante de destrucción creativa, de la cual hablaba Schumpeter, usando la expresión destrucción creativa de Bakunin sin citarlo obviamente. No se puede negar que existe esta destrucción, pero se la hace tolerable por ser pretendidamente creativa. No pesa sobre la conciencia moral, tanto más cuanto más ciegamente toda destructividad es declarada creativa. Quien no puede pagar con dinero, tiene que pagar con sangre. Ese es el principio del Fondo Monetario y de los bancos.

El caso mayor de estos genocidios económicos de las últimas décadas ocurrió en Rusia. Dice un autor, basándose en un análisis de eso en la revista inglesa The Lancet: «Observando que la población ‘perdió aproximadamente cinco años de esperanza de vida entre 1991 y 1994’ los autores sostienen que semejante degradación de las condiciones de vida es consecuencia directa de las estrategias económicas implementadas para pasar del comunismo al capitalismo. Las que habían sugerido, junto con otros, los money doctors franceses».

Se habían producido millones de muertes. Pero todo con muy buena conciencia. Tan buena conciencia, que los medios de comunicación casi no mencionaron este gran genocidio.

Los genocidios que se anuncian con el plan para Grecia posiblemente lleguen a resultados parecidos. Tampoco se van a publicar mayormente.

Pero la ley soluciona todos los problemas de una posible mala conciencia de aquellos que cometen el crimen. Están cumpliendo una ley y por tanto no cometen ningún crimen. Eso ha ocurrido con Grecia. El Fondo Monetario, el banco central europeo, el consejo europeo y los gobiernos de Merkel y Sarkozy han sido declarados inocentes del crimen que efectivamente cometen en nombre de una ley que la propia sociedad burguesa ha promovido. Se trata del corazón de piedra que tiene que ser cultivado en nuestros ejecutivos para ser capaces de hacer lo que hacen.

 

Franz Hinkelammert

San José, Costa Rica