Vamos juntos de espaldas para el futuro

Renata Fernández Malla de Andrade. Brasil.

El odio es el hermano gemelo del miedo, en nombre de esos dos, individuos son capaces de repudiar valores morales, éticos, políticos y de sus libertades. Muchas veces, ellos se manifiestan, cuando no encontramos nuestro lugar en el mundo, o cuando ese lugar, parece amenazado de existir y el odio transfiere al otro todo lo que existe de malo, transfiere inseguridad, miedo, dificultades y fracasos, eso crea, un lugar confortable en quien odia, pues da la sensación, de que él, está al lado cierto, como afirma Leandro Karnal en el libro “Todos contra todos y el odio es un lugar calientito”, pues cría espacios de socialización y compartimiento. 
Al manifestar el odio, hablamos mucho más de nosotros mismos que de lo que en tesis estamos sintiendo, para entender la conducta del odio y en especial en el escenario latinoamericano, necesitamos analizar nuestra historia y ella es marcada, por un histórico de violencia y odio. La violencia tuvo papel formador, en la configuración de las sociedades coloniales americanas, la brutalidad fue Constituyente de nuestra identidad y normalizada en la conquista de nuestros territorios, nuestra cultura política colonial, viene en el siglo XIX; la violencia se destaca en el exterminio indígena, en el racismo de la esclavitud, la opresión de mujeres y la consolidación de las desigualdades sociales. 
En el siglo XX, periodo de inicio de la industrialización y urbanización, se consolidan los caudillos que, pautan su poder, en la violencia contra la población del campo, en el aumento de las desigualdades sociales y en la persecución a la oposición. Es necesario recordar también, las dictaduras entre los años 1960 y 1990, siendo marcadas por la potencialización y legitimación de la violencia de estado, persecuciones y prisiones políticas fin de las libertades individuales, casación de mandatos, tortura, exilio, el fin de partidos políticos etc. También, la resistencia a la dictadura, la lucha armada y con el neoliberalismo la represión violenta de la policía. Aquí vale una reflexión: nuestra violencia y odio, construidos a lo largo de los años de nuestra historia, son tolerados con grupos sociales específicos tales como, indígenas, negros, mujeres, LGBTQIA+ y otras minorías.
En América Latina, tenemos más miedo de nuestra imagen violenta, que de nuestra violencia en sí, por eso buscamos, constantemente, borrar la violencia y el odio de nuestro pasado, verifiquen en los libros de historia, los himnos nacionales, en los símbolos de las naciones latinoamericana. 
En la actualidad por medio de redes sociales descubrimos múltiples expresiones de odio, la internet no las creó, infelizmente nunca murieron, pero maximizó su alcance; por medio de estos nuevos espacios, las identidades, los grupos de odio, fueron reformados, legitimados y compartidos. Dio energía y seguridad a los que odian. Hannah Arendt en el libro Eichmann en Jerusalén, nos da pistas y posibilidades de comprensión, del fenómeno del odio en la actualidad, el odio, aglutina las personas contra algo, no porque comparten un propósito, sino por culto a ese sentimiento. Arendt habla de un odio cadavérico, esto es, ese sentimiento atraviesa el sujeto sin encontrar resistencia, el individuo es un mero vector, de una fuerza que el mismo no comprende, pero se dedica con sumisión. 
El odio no tiene motivos, ni tiene raíces, no tiene profundidad, ni explicaciones, el odio es superficial; contaminados, los individuos son inaptos para la capacidad de pensar e incapaces de dar significado a los acontecimientos a sus sentimientos y por fin a sus propios actos. Utilizando esa categoría de análisis, se descubre que las redes sociales, convierten el odio en algo común, no por ser banal, sino por ser vivenciado; el odio se torna en común, pues sus agentes son superficiales y transforman sus víctimas en algo superfluo y desechable.
La incapacidad de identificación con el otro, es sin duda esencial, para convertir a personas aparentemente civilizadas e inofensivas en ser atravesadas por el odio. Uno de los elementos, que caracterizan a una sociedad de masa como la nuestra, es la ausencia de experiencia comunitaria, según Arendt la sociedad de masa generó la atomización social, la individualización extrema, una estructura competitiva y por último la soledad del individuo. La atomización social y la individualización extrema, anteceden a nuestros movimientos de masa, la principal característica del hombre de masa, no es la brutalidad, ni la rudeza, si no, su aislamiento y su falta de relaciones sociales normales. 
En el primer desamparo de su existencia, tendieron a un nacionalismo especialmente violento, Arendt Hannah. Los orígenes del totalitarismo, São Pablo compañía de Bolso, 2013, página 284-25. 
La principal característica de un ser humano de masa es su aislamiento y la falta de relaciones sociales proficuas. En un primer momento de desamparo y miedo, acerca de su existencia, tiende a la violencia. Theodor Adorno en el texto La Educación después de Auschwitz nos dice, “es necesario buscar las raíces, en los perseguidores y no en las víctimas, asesinadas bajo los pretextos más mezquinos, es necesario reconocer los mecanismos, que convierten a las personas capaces de cometer tales actos, es necesario revelar tales mecanismos para impedir que se conviertan nuevamente en seres capaces de tales actos. 
En la medida en que se despierta una conciencia general acerca de esos mecanismos, culpados son únicamente los que desprotegidos de conciencia volvieron contra aquellos, su odio y su furia agresiva. Es necesario contraponerse a una tal, ausencia de conciencia, es necesario, evitar que las personas golpeen para los lados, sin reflexionar al respecto de sí mismas (Adorno Theodor, La educación después de Auschwitz, 1967).
La falta de interactividad con la comunidad, forja a una personalidad moral y política, que puede ser atravesada por el odio, es posible pensar en claustrofobia de las personas, en un mundo masificado, pues el individuo se encuentra enclaustrado, en una situación cada vez menos socializada y desconectado del otro. Cuanto mayor sean esos sentimientos de aislamiento, soledad, miedo, inseguridad, ausencia de pertenencia, mayor es el deseo de escapar, pero las dificultades de esa situación, impiden la salida y eso aumenta la rabia, el odio contra nuestras bases civilizatorias y el individuo así, se torna algo de un deseo de rebelión, violenta e irracional. 
La vida en comunidad, familia, amistades, festividades, fiestas comunitarias, le posibilita aprendizajes tales como la solidaridad, empatía, cooperación, subsidiariedad, que son recursos para la reflexión crítica de la realidad y para la humanización del otro. Para que la vida tenga sentido en el mundo, es necesario pertenecer, cuando no se tiene esa vivencia en comunidad, el individuo es tragado por los acontecimientos, sin ofrecer resistencia sin pensar críticamente, está conectado en diálogos consigo mismo, aprendiendo con sus experiencias vividas y memorias. 
Aquí deben actuar los movimientos populares, en la construcción de puentes, de diálogos, consigo mismo y con el otro, en el concepto de vínculos de compromiso, autonomía, poder de reflexión y sobre todo a la participación en las redes.
Como finalización de esta pequeña reflexión uso de una analogía hecha por Silvia Rivera Cusicanqui que basa sus teorías, en las cosmologías indígenas quechua y aymara. Ella nos dice, que debemos mirar para atrás al caminar en el presente, “para superar el odio y la violencia, necesitamos mirar para nuestro pasado y arrancar de nuestro futuro la violencia, que está, naturalmente proyectada en el odio y la violencia. Son cuestiones que nos provocan y nos atraviesan como flechas, pero que necesitamos encarar a la historicidad, que envuelve esas reflexiones, necesitamos tener, como nos dicen las cosmologías quechuas y aymara, el pasado a nuestra frente y el futuro en nuestras espaldas, para así, ver constantemente hacia el pasado y eso nos provocará, ética y políticamente, para actuar en el mundo utilizaremos la historia y la vivencia comunitaria, como herramienta de comprensión y transformación de nuestra realidad”.