Verdad y justicia
VERDAD Y JUSTICIA
Adolfo Pérez Esquivel
La realidad de nuestro país nos muestra sus rostros de violencia, de intolerancia, de mentira y de injusticia. Son el producto de los ciclos de golpes militares y de gobiernos civiles que hemos vivido.
Es una historia de desencuen-tros, enfrentamientos, de grande-zas y bajezas, de verdades y mentiras. Nadie es dueño de la verdad. Pero sí podemos ser servidores de la Verdad para que la misma sea luz y camino para el presente y futuro de nuestro pueblo.
En este sentido surgen preguntas: ¿cuándo comenzó la violencia en nuestro país?, ¿con la masacre de los indígenas que llevó a cabo el General Roca en la Campaña del Desierto?, ¿con el fusilamiento de Dorrego por Lavalle, en las luchas por la independencia de nuestro país?, ¿con el bombardeo en Plaza de Mayo, en 1955?, ¿con los asesina-tos de Monseñor Angelelli y del Padre Mugica?, ¿con las Triple A y los grupos paramilitares y policiales ocultos en la sombra de la impunidad?
Estamos ya a 19 años del inicio de uno de los períodos más difíciles de nuestra vida como país: la dictadura militar que gobernó de 1976 a 1983. En este tiempo transcurrido, de muchas maneras y desde los sectores de poder se procuró cubrir con un manto de silencio y de olvido todo lo ocurri-do. Pero esto fue un intento que estaba destinado a fracasar. No se puede establecer el olvido por decreto.
En los últimos meses las declaraciones de varios integran-tes de las Fuerzas Armadas han conmocionado la opinión pública nacional e internacional. Algunas respuestas contribuyen, en alguna medida, a clarificar responsabilidades más recientes, pero no son suficientes.
Es inaceptable que se preten-da responsabilizar a “los argenti-nos” de los enfrentamientos pasados. No se puede seguir insistiendo en la teoría de los “dos demonios” y la “guerra sucia”. Los niños, los estudiantes, los trabaja-dores, los religiosos y religiosas que trabajaron por la vida y la dignidad de nuestro pueblo, no son culpables. Hay una diferencia necesaria entre los que diseñaron, ordenaron e implementaron el terrorismo estatal y quienes advertimos y denunciamos los crímenes y tratamos de detener la violencia homicida desatada aún antes del golpe militar de 1976.
Fue probado por la Justicia y es justo decirlo una y otra vez, que el golpe militar de 1976 fue llevado a cabo para imponer por la violencia un modelo de sociedad a través de la aplicación de la Doctrina de la Seguridad Nacio-nal. Las Fuerzas Armadas se transformaron en verdaderas tropas de ocupación con alto costo social en vidas humanas, destruc-ción del aparato productivo y aumento de la deuda externa.
Esta situación no pertenece al pasado sino que tiene graves consecuencias en diferentes niveles de la vida del pueblo hoy.
Porque a través de mecanis-mos aberrantes como las Leyes de Punto Final y Obediencia Debida y los indultos presidencia-les, están en libertad los autores de los secuestros y desaparición de miles de personas. Sus críme-nes quedan impunes y sobre esta impunidad es imposible construir un proceso democrático real.
Para las víctimas y sus familiares, así como para la sociedad toda, es necesario lograr el total esclarecimiento de los hechos vividos, y que lo “legal” ceda ante la Etica y la Justicia. Los responsables deben ser removi-dos de sus puestos y sancionados con la inhabilitación perpetua para ocupar cargos públicos.
Pero también es cierto que, en nombre de la Verdad que debe-mos buscar incesantemente si queremos cerrar las heridas, aún profundas, que afectan a nuestro pueblo, debe reconocerse que las responsabilidades no son sólo de las Fuerzas Armadas. Hubo sectores de la sociedad que fueron cómplices de las atrocidades cometidas en contra del pueblo: la llamada “patria financiera”, un Poder Judicial complaciente, sectores de la Iglesia que avala-ron la represión.
Tampoco hay que olvidar que, finalizada la dictadura, las leyes elevadas por el entonces Presi-dente Dr. Alfonsín fueron aproba-das en el Parlamento por legisla-dores sin conciencia, que especula-ban con la coyuntura política. Los indultos los decreta el Presidente Carlos Menem con graves consecuencias que incluyen la interrupción de procesos judiciales y el avasallamiento del Poder Ejecutivo sobre el Poder Judicial.
En otros casos, la complicidad se hizo presente en una frase que resuena todavía: “Por algo será (que se lo llevaron)...” Es doloroso aceptar que la tortura y la muerte se llevaron a cabo en presencia de las mayorías. Tal vez muchos pensaron y aún piensan que los desaparecidos pertenecen a los familiares pero no a la sociedad en su conjunto. Martin Luther King decía que no le dolía tanto la represión de los malos, como el silencio de los buenos.
Ante esta dolorosa realidad cabe preguntarnos esta vez por los caminos a transitar para lograr la “reconciliación” de mezquinos intereses, de parciali-dades y darle un sentido profundo llevará tiempo, mucha compren-sión y sinceridad, y una férrea voluntad para lograrlo.
Muchas veces he señalado que el futuro se construye con el coraje que tengamos para hacer el presente. Se necesita mucho más coraje para asumir la responsabi-lidad de la Verdad y la Justicia, que para estar en un campo de batalla.
Y esto depende de todos nosotros. Debemos afrontar la tarea sin odios ni rencores, con una actitud abierta y serena, con la firmeza y la decisión basada en la permanente búsqueda de la Verdad y la Justicia como caminos para alcanzar la Paz. Podremos construir el futuro a partir de ese compromiso. Sólo así lograremos la ansiada reconciliación nacional en Argentina. Quizás estemos dando nuevos pasos en ese sentido. La Paz no es fruto de las complicidades, ni del silencio ni de la mentira, sino de la Verdad y la Justicia.
Adolfo Pérez Esquivel
Argentina