Violencia de guante blanco

LA VIOLENCIA DE GUANTE BLANCO
Fracasó el Consenso de Washington
 

Hélio y Selma Amorim


Los economistas que produjeron la receta neoliberal para los países de América Latina en la década de los 80, analizan los resultados del modelo creado y reconocen sus consecuencias perversas. La receta bautizada con el pomposo nombre de «Consenso de Washington», fue adoptado por el FMI y el BM como parámetro para la aprobación de préstamos financieros en la región durante una década. El «padre» de este llamado consenso, el economista John Williamson, se justifica diciendo que la receta funcionó positivamente en algunos aspectos, especialmente en la reducción de la alta inflación, pero -reconoce- no consiguió resolver el problema del crecimiento reducido y de la desigualdad social en el continente. Propone ahora el aumento de los gastos públicos en educación y reorientación de los recursos del Estado para el área social.

En la nueva Conferencia de Washington, realizada en septiembre del 96, el tono general del debate fue marcado por el representante del ministerio de finanzas de Japón. Advirtió que América Latina está siendo arrollada por el proceso de globalización propuesto por el Consenso anterior, que no tuvo en cuenta las diferencias culturales y los procesos históricos de cada país, llevando el orden existente a la confusión y al colapso. Sakakibara recomienda cautela a nuestros países y denuncia que estamos siendo utilizados para los ensayos de los países desarrollados, para sus políticas económicas, que él llama “neoclásicas”.

En esta década hubo resultados positivos en el Este asiático. El BM hizo una investigación reciente para comparar los efectos de los dos modelos de políticas socioeconómicas y constató que allí predominan los Estados eficientes, intereses bajos, tasas de cambio estimulantes y excelencia educacional. Luciano Coutinho, economista brasileño de la UNICAMP, participante en la Conferencia, demostró que Brasil, por ejemplo, va a contracorriente de todo eso, y que las recetas del Consenso anterior no condujeron al esperado aumento de la capacidad de inversión del sector público. Hert Rosenthal, de la CEPAL, añadió los datos sobre desempleo y desigualdad social, consecuencia de las recetas políticas ahora criticadas.

Las previsiones son sombrías. No se puede esperar que tan graves desigualdades continúen creciendo sin que ocurra una ruptura social de proporciones gigantescas, a nivel regional o mundial. Los privilegiados de ese modelo de economía se protegen cada vez más, detrás de rejas, monitores electrónicos, guardias de seguridad armados y carros blindados, aterrorizados con las noticias sobre secuestros y asaltos. No parece que llegarán a entender que no es bueno vivir en un mundo así y que vale la pena acep-tar un modelo diferente de sociedad antes de la previsible explosión.

John K. Galbraith, uno de los más importantes economistas de este siglo, defensor de las formas moderadas de capitalismo, ahora, a sus 88 años, lanza un libro polémico, a contracorriente del neoliberalismo: «La sociedad justa. Una perspectiva humana». En él afirma que «la economía de mercado moderna crea riqueza y distribuye la renta de una forma bastante desigual, social-mente adversa y funcionalmente perjudicial». Considera que el mercado no es un mecanismo eficiente, y que por sí mismo no es capaz de hacer una distribución homogénea de la renta. Y propone las cuestiones sociales como el fundamento último de la economía.

Por todo ello, no podemos engañarnos con el optimismo de algunas conquistas socioeconómicas, aunque apreciables, si el modelo neoliberal continúa intacto y sus efectos a escala mundial son reconocidamente perversos. Creer que las fuerzas mágicas del mercado serán suficientes para construir una sociedad justa, fraterna y feliz es, como mínimo, ingenuo.

En Brasil por ejemplo, esa creencia produjo 30 millones de hambrientos, una fantástica concentración de tierras en pocas manos, desempleo, pésimas condiciones de vivienda y de salud pública, educación precaria, bolsones de miseria en el campo y en las periferias urbanas y, naturalmente, violencia creciente.

América Latina necesita un nuevo proyecto. Ese es el verdadero consenso que necesitamos.