VIOLENCIA NO, PERO SÍ

 

ARIEL DACAL DÍAZ

Gandhi es uno de los grandes símbolos de la lucha contra la opresión. En esa actitud, su propuesta esencial fue la no violencia. Sin embargo, el profeta hindú no desestimaba el uso de esta ante los peligros extremos de la opresión, como lo es la eliminación de un pueblo, de una raza, de una etnia: “Yo prefiero mil veces correr el riesgo de recurrir a la violencia que ver emascular a toda una raza”.
La violencia no es neutral, ni ahistórica; no es una conducta universal que emana de un código moral unívoco. Su contenido, su alcance, su sentido, se enmarcan en contextos de opresión o de liberación. La actitud de resistencia y sus métodos son una manera activa de enfrentar las manifestaciones de la exclusión, el sometimiento, el quiebre de los derechos humanos, sobre todo el esencial derecho a la vida.
La resistencia enfrenta directamente a la violencia de los poderes coloniales, extremos, destructores, impositivos, impiadosos en su naturaleza. Toda ruptura con un orden opresivo, simbólico y material contiene algún tipo de violencia que provee la capacidad de transformar las condiciones, la institucionalidad, el orden sistémico que sustenta y reproduce la opresión.
La no violencia no consiste en abstenerse de todo combate real contra la maldad. No es pasividad ante la injusticia social, el ninguneo, el desprecio y la aniquilación de seres humanos; no es la búsqueda de una paz interior sin sociedad. Es un método que ensaya, en la lucha, reglas necesarias para vivir en una sociedad liberadora.
En la comprensión de Gandhi la no violencia supone, ante todo, que los oprimidos y las oprimidas son capaces de batirse, al tiempo que contienen todo deseo de venganza. Este método de resistencia, que va desde la demanda de reformas al boicot o la desobediencia civil, puede desembocar en lo que el propio líder indio comprendió como violencia limitada o defensiva.
En la propia historia de Cuba hay un ejemplo profundo de la violencia necesaria: la violencia revolucionaria, cargada en su propio estallido de los valores dignificantes que pretende erigir en orden social.
Cuando José Martí preparaba el alzamiento impostergable contra el poder opresor de España, que mostraba sus formas más extremas y agónicas, llamó a la guerra “necesaria”, “sin odio”, “justa”, “entera y generosa”, “obra sana de la indignación”, “catástrofe inevitable”, “cordial y breve”, que restablece el equilibrio interrumpido por la violencia.
Para Martí , humanista sin par, la guerra (manifestación extrema de la violencia) es obra de razón y corazón para el rescate, juicioso y cruento, de la justicia.
Es imprescindible entender la violencia en su dimensión histórica, en los contenidos que la manifiesta, en los alcances que pretende. Violencia no, cuando somete, extermina, impone, niega derechos, demoniza pueblos, destruye como razón de dominación.
Violencia sí, cuando es un recurso para resistir la opresión, cuando libera, quiebra muros a los derechos, y cuando contempla los límites éticos que ensayen el orden de justicia, dignidad y plenitud humana por el cual estalla.