¿Y el 99% restante?

¿Y el 99% restante?

Alfredo Toro Hardy


La organización internacional Oxfam, radicada en Oxford, Reino Unido, difundió una estadística espeluznante: a partir de 2016, la riqueza del 1% de la humanidad superará a la del 99% restante. Bien valdría la pena que tratáramos de dilucidar cómo se llegó allí.

La dependencia de la industria a las finanzas que habría de afianzarse hace algunas décadas en EEUU, haría de la rentabilidad trimestral la base para medir el éxito o fracaso de las empresas. Ello proyectaría sobre éstas enormes presiones competitivas, propiciando un esfuerzo feroz por la reducción de costos productivos.

Este fenómeno se vería complementado posteriormente por otros dos. El primero, la globalización, producto del salto cuántico en las tecnologías de las telecomunicaciones, la información y el transporte. El segundo, la incorporación al mercado laboral global de 1’3 millardos de chinos, 1’2 millardos de indios, e ingentes cantidades de indonesios y vietnamitas, ofreciendo una mano de obra mucho más barata.

La convergencia de estos tres fenómenos se plasmaría en las llamadas cadenas de suministro: las distintas fases de un mismo proceso de manufactura se llevan a cabo en diferentes países buscando la mano de obra más económica para cada componente a fabricarse. Ello se logra gracias a la posibilidad de movilizar y dar seguimiento logístico a infinidad de piezas y partes que se mueven en diferentes direcciones antes de llegar a su fase de ensamblaje final. En síntesis, la mercancía a la venta es producto del trabajador de menor costo en cada fase del proceso. Bangladeses, filipinos o vietnamitas compiten entre sí para hacer cada vez más barato el precio de su sudor.

Por otro lado, la revolución en la tecnología de la información, también consolidada en estas últimas décadas, se ha evidenciado a través de la llamada Ley de Moore, que dice en esencia que el poder de la computación se duplica cada dos años. Así, un teléfono celular contiene hoy la capacidad de una computadora personal de hace unos años, la cual a su vez resultaba más completa que una computadora central de pocos años antes. El software, de su lado, avanza también a velocidad pasmosa. Un teléfono celular con un programa de ajedrez Pocket Fritz 4 puede vencer a un gran maestro de ese juego. La robótica no se queda atrás y también allí, como señala Tim Harford, vige la Ley de Moore (The robots are coming and will terminate your jobs, Financial Times, 27 diciembre 2013). De los robots industriales se está pasando a los robots de «servicio», según afirma Tom Standage, lo cual equivale al salto de una computadora central a una computadora personal (At your service, The Economist: The World in 2014). Haciendo la competencia a las tecnologías anteriores hizo su aparición reciente la impresión 3-D, mediante la cual programador y máquina se bastan para manufacturar un producto.

Todo esto converge en una misma dirección: la eliminación de una gigantesca cantidad de puestos de trabajo que hasta ahora sólo podían ser desempeñados por seres humanos. Ello se materializa en una masa humana que a pesar de tener disposición y conocimientos para el trabajo va perdiendo capacidad para ser empleada.

Lo anterior genera una terrorífica competencia por la búsqueda de una mayor rentabilidad entre la mano de obra más barata de Asia y la tecnología supresora de empleos del mundo desarrollado. Ello afecta gravemente al tejido social de ambos. Para los primeros porque deprime de manera deliberada y sistemática el costo de su mano de obra. Para los países desarrollados porque conduce a lo que Alan Manning, del London School of Economics, ha bautizado como la «polarización del empleo» y David Autor de MIT ha llamado la «desaparición del medio»: el fenómeno mediante el cual sólo los empleos situados a los extremos de la escala laboral siguen creciendo. De un lado aquellos de muy alta calificación profesional, sobre todo en el área científico-tecnológica. Del otro, los empleos de baja remuneración y estabilidad en el área de los servicios. Los empleos situados entre los dos grupos anteriores se van haciendo crecientemente redundantes.

Siendo así, los dueños del capital y la tecnología van acumulando riquezas a velocidad exponencial, mientras que mano de obra y empleo representan cada vez menos. Sin embargo el estado de cosas anterior, por terrorífico que parezca, no es más que una transición hacia una situación aún peor. Según señalan Erik Brynjolfsson y Andrew McAfee de MIT, en un artículo conjunto con Michel Spence de la Universidad de Nueva York, se está evolucionando hacia máquinas inteligentes cada vez más económicas que habrán de suplantar al obrero de bajo costo de Filipinas o Indonesia (The New World Order, Foreign Affairs, Julio/Agosto 2014). Es decir, a la mano de obra intensiva del mundo en desarrollo.

 

Alfredo Toro Hardy

Caracas, Venezuela