Yo siento a Dios de otro modo

YO SIENTO A DIOS DE OTRO MODO

Consuelo de Prado


Esta frase reivindica el derecho de sentir de distinta forma, y consiguientemente de expresar también de otra manera nuestra particular experiencia de Dios.

Soy una mujer que sufre (1 Sm 1, 10-16)

La mujer de los sectores populares de América Latina es una mujer que sufre, Doblemente oprimida y marginada». Habita un mundo que le es extraño. Se le arranca de la tierra, se le priva de la escuela y del idioma, de sus vestidos típicos y de sus hijos, de su esposo y los hogares de la comunidad. Son muchas las muertes que debe afrontar en su vida: la muerte del hambre, de la enfermedad, de la represión, de las tradiciones y su más profunda feminidad...

Aunque tiene el peligro de convertir su religión en una dimensión alienante y refugiarse en ella para llorar su dolor, el hecho de abrirse al dolor de su pueblo le hace vivir una comunión en el sufrimiento de otros, que la lleva a trascender el propio, para sembrar esperanza y alegría en los más pobres. Hay muchas mujeres que cargan su sufrimiento y lo renuevan con un consuelo que les viene de una espiritualidad vivida como fuerza liberadora. Consuelan al pueblo contribuyendo a liberarlo, como quería Isaías (40, 1). La alegría que vence al sufrimiento, que no se doblega a pesar de los dolores, la persecución, el hambre, la muerte y el martirio, va dando ese tono pascual que consuela al triste y hace pensar al alegre.

La mujer fuerte, ¿quién la hallara? (Pro 31, 1Oss)

El libro de los Proverbios nos presenta la imagen de mujer ideada por el hombre, la perfecta ama de casa». Fijémonos en el apelativo fuerte». Se trata de una fortaleza que no es propia del hombre como se ha querido hacernos creer cuando se dice que «tal mujer tenía un ánimo varonil»... María al pie de la cruz es ejemplo de tantas mujeres fuertes que, cargadas de hijos y dolores, cargan también la cruz del pueblo pobre y lo ayudan a caminar. En ese calvario compartido la mujer se va haciendo fuerte e inspira fortaleza a sus compañeras de camino.

Pero para ello la mujer debe superar muchos miedos: romper la costumbre de aguantar y callar, con los temores interiorizados del «no valgo, no puedo, no sé». El Señor la pone en vías de conversión a la solidaridad. Romper con una historia de humillación personal para ir abriéndose a un caminar en libertad. Es la historia de tantas trabajadoras de hogar convertidas en mujeres libres y solidarias y la historia de tantas madres de desaparecidos que emprenden una búsqueda que no frena la represión exterior ni su debilidad interior.

Engrandece mi alma al Señor (Lc 1, 46ss)

Meditar las cosas con el corazón y abrirse plenamente a la comunión son los dos polos que mantienen la sana tensión de la fortaleza femenina dentro de la Iglesia y en la propia espiritualidad. El Magníficat de María, oración de una mujer del pueblo, creyente y madre, es paradigma de nuestra oración. Todas sus dimensiones de mujer quedan recogidas y expresadas en ese canto de gratuidad y humildad, de solidaridad y esperanza, de amor y de fe.

Una antigua oración judía rezaba: «bendito seas, Señor, porque no me has creado mujer. Y cuando Teresa de Jesús escribe sus obras de espiritualidad y oración se ve presionada una y otra vez a hacer referencia a su condición femenina pidiendo disculpas... Son muchas las secuelas que esta manera de sentir y de orar ha dejado en una espiritualidad que como estilo de vida global debe enfrentar también un machismo esclavizante y paralizador de los dones y de la creatividad femeninos.

Dar gracias a Dios porque nos ha hecho mujeres implica haber asumido totalmente nuestra identidad. Supone reconocer las capacidades que podemos y debemos desarrollar. Entre ellas destaca una del que nuestro pueblo tiene especial necesidad. Somos para él sacramentos de la ternura de Dios. Sin arrogarnos en exclusiva esa revelación, nos sabemos poseedoras de sus tesoros. Es difícil que una madre se olvide de su hijo, aunque a veces ocurre. Pero Dios hace que cuando una mujer se olvida de sus hijos, surjan en el pueblo otras muchas que recogen "un hijo más», el abandonado, el solo, el enfermo, para añadirlo a los desvelos de su corazón y compartir con él el pan calentito de su cariño. La ternura femenina se vuelve así reveladora permanente de esa fuente de gratuidad y de cariño de Dios Padre y Madre.

La espiritualidad que nos preocupa y a la que queremos aportar es justamente ese estilo de vida de mujeres que caminan “entrapadas” Con el pueblo, en seguimiento de Jesús. Es un camino de libertad. Una libertad, sin embargo, que se realiza en la entrega y el servicio por amor a los hermanos, una libertad que no existe para el consumo personal, sino que apunta a la plenitud del amor.