Educación contra la cultura utilitarista y el analfabetismo político
Sebas Parra. Cataluña, España.
Un viejo proverbio enseña que mejor que dar pescado es enseñar a pescar. El obispo Pedro Casaldáliga, que no nació en América, pero la conoce por dentro, dice que sí, que eso está muy bien, muy buena idea, pero ¿qué pasa si nos envenenan el río? ¿O si alguien compra el río, que era de todos, y nos prohíbe pescar? O sea: ¿qué pasa si pasa lo que está pasando? La educación no alcanza.
Eduardo Galeano
De acuerdo, con la educación no tenemos suficiente... Hay que luchar también, como mínimo, por el reparto justo de la riqueza y por la igualdad de derechos, las opciones de bienestar y la mejora de las condiciones materiales de todo el mundo y por una sociedad mundial alfabetizada y culta. Luchar, recordando, una vez más Pere Casaldàliga, que somos soldados derrotados de una causa invencible.
Sebas Parra
El día que empiezo a redactar este texto, 5 de febrero de 2021, leo el titular de prensa: «La gran banca ganó 3.141 millones de euros el 2020 a pesar de la pandemia gracias al negocio que desarrolla en España, mientras prepara nuevos recortes de plantilla». Hablamos de un estado que de 2008 a 2019 hizo un mal llamado «rescate bancario» regalando 86.934 millones de euros. La pregunta del millón es evidente: ¿por qué ahora estos beneficios de la banca rescatada no vuelven a las arcas públicas? Y si no los devuelven, ¿por qué no protestamos por este robo tan bien organizado? Con toda seguridad podríamos encontrar muchísimos ejemplos en todo el mundo de similar orientación ética. Todo ello me sirve para anotar un primer axioma social de alcance universal: fuera de algunas pocas excepciones, nuestras sociedades sufren una progresiva extensión del analfabetismo político que paraliza cualquier respuesta crítica organizada ante los abusos de los poderosos del sistema.
No hacen falta ni ejemplos, y todavía menos ahora en plena pandemia con las noticias que llegan día tras día sobre la injusta e insolidaria, criminal, distribución mundial de las vacunas y otros recursos sanitarios, para entender un segundo axioma en la línea del anterior: la «cultura utilitarista», la que solo se interesa por aquello que es o puede ser útil a los poderosos, que la generan y administran, nos oculta las graves amenazas al futuro de nuestra especie y de nuestro planeta. No hacen falta ejemplos pero señalamos tres de estas amenazas ocultadas: la catástrofe climática, que se traduce en catastróficos incendios forestales y otros desastres naturales o el peligro de extinción de un millón de especies —2019, ONU—, la aniquilación nuclear, peligro que a pesar de los tratados para limitar el uso de armamentos nucleares todavía representan cerca de 13.500 armas nucleares (más del 90% en manos de Rusia y los Estados Unidos) y el aumento exponencial de la pobreza y el hambre resultado del derrumbe del espacio público y de los dispositivos de protección de la vida al servicio de la mayoría social desposeída y, especialmente, la redistribución de la riqueza (por ejemplo, con una renta básica universal) por razón de la debilidad ideológica y organizativa de la clase trabajadora y de la fortaleza del capitalismo que ha comportado el secuestro de los estados por los sectores financieros, bancarios, usureros, especuladores, fondos buitre y otras sanguijuelas que han puesto precio y mercantilizado cualquier aspecto de la sociedad civil. Las cifras muestran, año tras año, que los multimillonarios son cada vez más ricos mientras aumentan las tasas del hambre y el número de pobres. Y como la pobreza estructural y la marginación —que dibujan, especialmente para la juventud, un horizonte sin salidas dignas— solo se saben combatir con la represión, esta desigualdad implica un extraordinario aumento armamentista y de los dispositivos represivos: los Estados Unidos, por ejemplo, gastan cerca de un billón de dólares para mantener su maquinaria de guerra o los Emiratos Árabes Unidos y Marruecos acaban de reconocer a Israel con la condición de poder comprar 23.000 y 1.000 millones de dólares, respectivamente, en armas fabricadas en los Estados Unidos. Negocio de la muerte, el del armamento, por cierto, muy apreciado y jugoso para el Estado español.
Estas amenazas y otras no menos importantes que vivimos en todo el mundo, en un marco dibujado por la cultura que hemos denominado utilitarista —individualista, egoísta e insolidaria— y la enorme extensión del analfabetismo político —que dificulta las lecturas del mundo liberadoras— nos llevan al tercero y último de nuestros axiomas: es necesario y urgente orientar las sociedades hacia un sistema radicalmente diferente al actual que empiece a revertir las amenazas que nos llevan a precipitarnos por un acantilado hacia el océano de la destrucción.
¿Y qué papel juega la educación en este cambio?
De entrada, hay que decir que sabemos que la educación es hija putativa de la sociedad en general y del modelo económico en particular que la enmarca. No es posible, pues, ahora y aquí, pensar en una educación que fuese una herramienta crítica y revolucionaria, generadora de conciencia al servicio de la liberación personal y social. Eduardo Galeano tiene toda la razón: con la educación no es suficiente... Pero, dicho esto, tenemos que reivindicar el papel de la educación a la hora de luchar contra la cultura utilitarista capitalista y el analfabetismo político que la mantiene viva y cada vez más fuerte. Casaldàliga también profetiza con razón que somos soldados derrotados de una causa invencible. De una causa justa, urgente y absolutamente necesaria.
Pero ¿de qué educación hablamos? ¿Qué orientación política y pedagógica tiene que tener una educación facilitadora de la concienciación de la gente trabajadora que haga posible el cambio radical que la humanidad necesita? No hace mucho celebrábamos el 50.º aniversario de Pedagogía do oprimido, de Paulo Freire. Primera enseñanza: cuando Freire reivindica que el objetivo fundamental de la educación es la desocultació de la realidad —de las graves amenazas al futuro de nuestra especie y de nuestro planeta que decíamos antes— y que «educadores y educandos, en la educación como práctica de la libertad, son simultáneamente educadores y educandos los unos de los otros» está poniendo en evidencia los cimientos de nuestros modelos educativos autoritarios, jerarquizantes, segregadores, patriarcales, racistas y clasistas. Segunda enseñanza que nos interesa aquí: el interés al ocultar la Pedagogía do oprimido y la obra, y la vida, de Freire en general ha significado ocultar una lúcida, innovadora y necesaria reflexión sobre el papel de la educación democrática como herramienta transformadora y como respuesta eficaz en la lucha contra el analfabetismo político entendido como la incapacidad de leer la escuela o la universidad, la vida, el trabajo o el mundo, de una manera crítica y reflexiva. [«El analfabeto político —no importa si sabe leer o escribir o no— es aquella persona que tiene una percepción ingenua de los seres humanos en sus relaciones con el mundo, una percepción ingenua de la realidad social que, para ella, es un hecho dado, algo que es y no que está siendo», dice Freire.]. Resumiendo: el ocultamiento de la herencia de Freire impide, especialmente a nuestros niños y jóvenes, formarse de manera real en valores y ciudadanía democrática tomando conciencia de los problemas sociales, informándose con objetividad, haciéndose preguntas y buscando respuestas, deliberando y opinando críticamente y participando plenamente en todo aquello que los afecta. Incluidos los conflictos —«en el fondo la verdadera comadrona de la conciencia», nos recuerda Freire. Evidentemente, estamos hablando de los valores de una educación democrática, laica, científica y de calidad recordando, con Frei Betto —Congreso de Pedagogía 2021, La Habana, Cuba— que «La escuela no es una sucesión de días lectivos. Es un espacio de convivencia, creatividad y socialización y, sobre todo, construcción de la identidad ciudadana como colectiva. Debe ser también un espacio democrático de formación de conciencia crítica, disposición a la solidaridad y al compromiso y al combate a todas las formas de injusticias sociales (...) el combate al más grave problema de la humanidad —la desigualdad social— exige que nos empeñemos todos en la lucha permanente por la escuela pública, gratuita y laica».
Recuperar la herencia de Freire y luchar: un camino posible para educar la esperanza buscando la utopía.