Protesta global
Josep Maria Terricabras Cataluña, España
El mundo entero se ha convertido en un lugar difícil para vivir. El capitalismo depredador no tiene nunca bastante y, a través de la globalización, ha estado haciéndose suyos todos los recursos y resortes más allá de sus espacios tradicionales de Europa y América del Norte, con la ayuda inestimable -pero también la competencia desenfrenada- de antiguos países comunistas, como Rusia o China, y de países con vieja ambición y disciplina como Japón y Corea del Sur. La carrera hacia la dominación y el poder económico se ha unido a la violencia ideológica y sectaria -con excusa religiosa- y llevó, hace veinte años, a la terrible invasión de Irak y después a alzamientos y a las llamadas “primaveras” en todo el norte de África y en Siria. Israel y Palestina son un enfrentamiento que parece conveniente alargar pero no arreglar. El panorama socio-político mundial es, pues, catastrófico y favorece no sólo las legítimas revueltas sociales sino también las reacciones más autoritarias de esos poderes que no quieren perder con los cambios sino que quieren ganar. Eso explica que, en América Latina, se estén produciendo golpes de Estado continuados para imponer dictaduras que llaman “constitucionales”. En Europa y EE.UU. también se vira hacia el derechismo más corrosivo. La misma Unión Europea está en una triste fase de estancamiento o, incluso, de empeoramiento. El ejemplo más cruel de esto es que, frente a los centenares de miles de personas que, desde el este y desde el sur, huían y todavía huyen de la persecución y la miseria en sus países, la Unión Europea, no tan solo ha reaccionado con indiferencia sino con rechazo y persecución. La Unión no es, desafortunadamente, la Unión de los grandes valores que defiende teóricamente, sino que es un Club de Estados mayoritariamente egoístas y nacionalistas, capaces de conculcar el derecho de protección a los perseguidos y débiles, así como el obligado derecho de asilo. Algunos piensan que esto se puede arreglar poniendo más fronteras y más vallas, o proveyendo con armas a otros Estados. No parece que nadie plantee que lo que se debe hacer son planes masivos de combate contra la pobreza y de ayuda al desarrollo. Pero, ¿quién se pondrá de acuerdo en esto? ¿Cómo lo apoyarán esos que lo que buscan es sacar provecho de los recursos de los países pobres y fomentar dictaduras sumisas y agradecidas?. En verdad, el mal más grande de la humanidad no son ni las pandemias ni los desastres naturales -a pesar de ser males gravísimos-, sino la pobreza, sobre todo la pobreza impuesta y mantenida. Es la pobreza la que lleva a la desigualdad escandalosa entre países relativamente acomodados y países necesitados o miserablemente pobres, y eso significa que la pobreza siempre afecta y ataca a los más débiles, a los que ahora se llama “vulnerables” y que son vulnerados constantemente. Que ante la miseria global haya una protesta global no sólo es justo, sino necesario. Porque el camino de ahora lleva, ciertamente, a la injusticia, la destrucción y el odio como forma de relación entre las naciones y como forma de vida entre los humanos. Sólo la protesta y la revuelta, a todos los niveles, a diferentes escalas, nos pueden devolver la vida, porque harán que nos demos cuenta que estamos vivos y podemos ser mejores. Cuando los ciudadanos no se pueden ni quejar, están perdidos del todo. En la vida social pasa como en la salud: si no sientes una enfermedad que tienes, entonces la enfermedad queda ignorada y te va matando poco a poco. El dolor es señal de enfermedad, de algún tipo de dificultad orgánica o psíquica, porque el dolor alerta de lo que te pasa, de lo que se tiene que curar. Así mismo, la queja, la protesta, la revuelta son señales críticas de primera magnitud. Si no tenemos capacidad de protesta es que ya estamos vencidos. Pero, si tenemos y no lo ejercemos, es que aceptamos nuestra condición sumisa. Y eso vale para las mujeres, para los niños, para los ancianos, para los que sufren discapacidades, para los desocupados, para los vejados, para los mantenidos en la ignorancia, para los explotados, para aquellos a quienes se les niegan las libertades o la vida misma.
Hoy, como nunca, debemos quejarnos del capitalismo destructivo, de la falta de solidaridad, del tsunami de inhumanidad que nos está hundiendo. Los maltratados somos la mayoría, y la mayoría siempre puede revertir la situación. Pero no solamente debemos quererlo. Tenemos que hacerlo.