El corredor seco de Centroamérica.
Oxfam
En este corredor confluyen los elementos básicos de la fórmula del hambre: pobreza estructural, indiferencia de los gobiernos y vulnerabilidad frente a los efectos de la emergencia climática. El Corredor está constituido por los territorios de México, El Salvador, Guatemala, Honduras y Nicaragua y su nombre se debe a las extremas sequías de la zona que se prolongan por la tardía llegada de la época de lluvias, afectando a la producción agrícola. La deforestación, las industrias extractivas, la contaminación, las pérdidas de suelo cultivable por la erosión y las prácticas agrícolas inadecuadas, contribuyen a dañar aún más la tierra. La región depende de la agricultura de subsistencia y por tanto el acceso a la tierra es fundamental para cultivar los alimentos de las familias.
Las sequías de 2018 y 2019 dejaron un 72% de los y las agricultoras de subsistencia en inseguridad alimentaria moderada o severa. En el 2020, con la irrupción de la pandemia y el paso de las tormentas tropicales Amanda y Cristóbal y los huracanes Eta y Iota, el hambre se agudizó. En la actualidad un 86% de las familias del Corredor Seco viven en inseguridad alimentaria.
Por un lado el impacto del cambio climático, reflejado en las sequías y lluvias, y por otro, la pandemia, la violencia y la limitada capacidad de los estados para ofrecer redes de protección social podría dejar a 7 millones de personas en situación de pobreza extrema e incrementar en un 120% la cifra de personas en inseguridad alimentaria para 2030 si no se hace nada.
Cabe recordar que Centroamérica es responsable de únicamente el 0.5% de emisiones mundiales de gases de efecto invernadero, pero es una de las regiones más afectadas. En países como Guatemala cada vez llueve menos y los períodos de sequía son más largos y frecuentes provocando la pérdida de las cosechas. La falta de alimentos castiga especialmente a los más pequeños: 1 de cada 2 menores de 5 años sufre desnutrición crónica.