Decolonialidad para un nuevo paradigma emancipatorio mundial
Ignacio Dueñas García de Polavieja, España
Como sostuvo, durante la primera década del presente siglo XXI, Noam Chomsky, “América Latina es el área de mayor efervescencia revolucionaria del planeta”. Y no sin razón, puesto que en dicho lapso hasta 100 millones de personas salieron de la pobreza, según la CEPAL, lo cual es un hito en la historia de América que, pese a su importancia, ha pasado desapercibido.
Es obvio atribuir dicho hito a la responsabilidad de una nómina de dirigentes honestos y capaces, pese a sus errores e incoherencias, tales como Chávez, Lula, Evo, Correa…, y a las políticas económicas y sociales aplicadas desde el seno de sus respectivos gobiernos antineoliberales y pertenecientes al socialismo de siglo XXI.
Sin embargo, casi no se ha apreciado el hecho de que, de un modo más profundo y subterráneo, entre sus causas principales se encuentran los valores de la decolonialidad (Mignolo y Quijano), del indigenismo (Estermann), de la filosofía de la liberación (Dussel y Scannone), de la teología de la liberación (Boff y Gutiérrez) y de las epistemologías del sur (De Souza Santos).
Todo esto nos recuerda a la afirmación de José Carlos Mariátegui de que “el socialismo no puede ser calco y copia, sino creación heróica”. De este modo, determinadas categorías del marxismo, tales como la plusvalía, la alienación, la superestructura o la dialéctica, les han resultado conceptualmente ajenas a los campesinos del altiplano boliviano, los guajiros de Sierra Maestra o los mineros de “El Teniente”.
Así, el marxismo, por muy liberador que pudiese ser en su contexto originario, no dejó de ser un elemento importado de Europa, y emergido por una modernidad que, como tal, es un concepto "encubridor" (Dussel, 1994) para imponer la supremacía de occidente, desde su paradigma blanco, urbano, masculino, racionalista, cristiano, materialista y productivista.
El fracaso del paradigma de la modernidad como modelo civilizatorio quedó de manifiesto durante el siglo XX (I Guerra Mundial, II Guerra Mundial, el riesgo de una guerra nuclear, el hambre, la des-igualdad, el inminente colapso ecológico…), y fue refutada en sus fundamentos por la física moderna (la física cuántica, el principio de indeterminación de la materia y la teoría de la relatividad) frente a la desfasada física clásica (basada en Newton y Bacon), sustento epistemológico de la modernidad.
A partir de dicha física moderna, se ha ido construyendo todo un novedoso paradigma a aplicar en las diversas disciplinas, siguiendo los análisis de numerosos pensadores (Prigogine, Bateson, Sheldra-ke, Schumacher, Capra, Boff…) que están configu-rando el paradigma de la transmodernidad (tras el fiasco de la efímera postmodernidad).
Y, si consideramos que el fracaso del marxismo como paradigma emancipatorio se debió a que, al emerger del interior de la modernidad, arrastró los “valores” de ésta (machismo, verticalismo, racionalismo, productivismo…), tal vez América Latina ha sido pionera en implementar nuevos elementos para otro paradigma liberador a implementar a nivel planetario. Entre ellos se encuentran:
- La teología de la liberación, como primera creación autóctona teórico-práctica del cristianismo en Abya Yala, en la que el pecado no es tanto el ateísmo como la pobreza, por lo que “Dios cambia de bando” al redescubrir el “Magnificat” mariano o la expulsión de los mercaderes del templo.
- El Sumak Kawsay, o actualización de los valores del indigenismo (lo comunitario, lo místico, lo sobrio, lo ecológico…), como posible cumplimiento de la profecía de Tupac Amaru (“volveré y seré millo-nes”) en el gobierno del aymara Evo Morales.
- La decolonialidad, o el hecho de “descolonizar” los referentes éticos, estéticos y políticos importados de occidente, y sustituirlos por referentes de las culturas propias a redescubrir (escuchar a Mercedes Sosa y no a Maluma, ir de viaje a las Puertas de Tiahuanaco y no al Vaticano, comer una arepa y no una hamburguesa, etc.).
- La filosofía de la liberación, o elaboración conceptual que desmonte la falsa superioridad de la epistemología occidental frente a una supuesta inferioridad de los saberes autóctonos, como han estudiado el teólogo Josef Estermann y el filósofo Enrique Dussel, según el principio de Simón Bolívar de que “nos dominarán no con la espada, sino con el pensamiento”.
- La construcción de unas “epistemologías del sur” (Boaventura de Sousa Santos) que configure la identidad de los pueblos como fundamento de la deco-lonialidad a aplicar.
Todos estos referentes han estado presentes en las luchas subcontinentales de las últimas décadas, desde el EZLN de Chiapas hasta el actual levantamiento indígena contra Boluarte en Perú, pasando por el MST de Brasil o las “guerras” del gas y del agua en Bolivia. Lo importante de todo esto es el surgimiento de un novedoso modo de lucha y militancia que ofrece a las restantes luchas del planeta, de estilo no marcial, no masculino, no centralizado, no violento (en la medida de lo posible) y no burocratizado.
Este referente, repetimos, puede servir para revitalizar otras luchas, hasta el punto de generar un novedoso paradigma emancipatorio planetario, aplicándole el nuevo paradigma epistémico (como de hecho viene sucediendo en América Latina con los elementos que hemos señalado con anterioridad).
Así, tales elementos, más que revolucionarios contraculturales al superar el fútil paradigma de la modernidad, ya vienen siendo habituales en el contexto de Abya Yala. Veamos numerosos ejemplos:
- El referente de “cambiar el mundo sin tomar el poder” (John Holloway) fue el criterio organizativo de los indígenas zapatistas de Chiapas.
- La estructura horizontal, no burocrática y no autoritaria es el modus operandi de los Sin Tierra de Brasil, tal vez el mayor movimiento campesino del mundo.
- La red de economías en transición, que lucha por un sistema productivo que permita un modo de vida sencillo, anticonsumista y ecológico, tiende al modus vivendi propio de las culturas ancestrales de Abya Yala.
- El ecologismo biocéntrico e integral (del cual la Laudato Si es un feliz exponente), presenta grandes concomitancias con los valores ancestrales de las culturas autóctonas.
- Los valores del decrecentismo (sobriedad, cultura del ocio, no productivismo economicista), o el tipo de vida de los asentamientos de las ecoaldeas, ya se vienen viviendo en las comunidades indígenas desde tiempos inmemoriales.
- En sentido contrario, determinados referentes originarios de occidente (el feminismo antipatriarcal, la no-violencia o el derecho procesal), también pue-den alimentar, como de hecho viene sucediendo, a los referentes latinoamericanos.
Todo este proceso es fundamental en un momento en que, repetimos, el referente emancipatorio de la transmodernidad se está configurando, tras el naufragio de la modernidad (el socialismo real y el marxismo clásico). Así, puesto que la modernidad es el paradigma cultural de occidente, la transmodernidad debe ser no sólo una revolución, sino también una contracultura.
Dicha contracultura, hoy día necesaria para hacer la revolución (o cambio en las relaciones de poder para acabar con la pobreza y la desigualdad), se basa en que los antivalores constitutivos de occidente (repetimos, el machismo, el materialismo, el produc-tivismo, el racionalismo…) deben ser sustituidos. Y los valores ancestrales de América Latina, ahora redescubiertos por la decolonialidad, son una herramienta insustituible de cara a dicha labor.
Así, aplicándolos tal vez lleguemos a desarrollar una lucha espiritual, descentralizada, asamblearia, sobria, festiva, artística y amorosa que, al menos en primera instancia, en lugar de tomar el poder, lo diluya creando una red cada vez más tupida de pequeñas iniciativas (una ecoaldea, un centro de “okupación”, una tienda de comercio justo, un grupo de consumo, una red de trueque o de moneda social…).
Afortunadamente, la decolonialidad de Abya Yala está impregnando este nuevo referente. Así, la resurrección de Tupac Amaru (“volveré y seré millones”) tal vez sea un fenómeno mundial, y no únicamente andino. Y es que el mundo también necesita su “Pachakutik” o “tiempo de luz”.