Economía social: desafiando el pasado, construyendo el presente esperanzador.
Lorenzo Romeo,
Nicaragua
…Somos Tepiteños
Hace ya algunas décadas, el prestigioso académico ambientalista alemán Wolfgang Sachs, de visita a México, se detuvo conversando con un joven y le preguntó si su familia era pobre, ante lo cual el joven contestó: “Perdón señor, no somos pobres ni somos ricos, somos Tepiteños”. El connotado académico se mordió la lengua: él, crítico radical del modelo de desarrollo occidental, había caído en la trampa que convierte las relaciones sociales en algo sustantivo: “ser pobre”.
Al rehusar esta definición asignada desde la categorización social de subalternidad y marginación, el joven responde: somos tepiteños, dos palabras que concentran la clave de su cosmovisión: identidad, sentido de pertenencia, comunidad. Desde luego, la pobreza no existe como tal, como si fuera un atributo natural de algunos seres humanos -la mayoría, desde luego-. Lo que sí existe es una relación social que genera pobreza y riqueza, dos nociones relacionales, como todas las nociones que remiten a la vida social.
Todo movimiento de emancipación ha tratado de modificar esta relación entre riqueza y pobreza, procurando vincularla con la lucha contra las desigualdades, abriendo nuevos y desafiantes caminos y aprendiendo a despegar antiguos escombros. Uno de estos escombros, es el mismo concepto de desarrollo heredado del pasado colonial.
Desarrollados, Subdesarrollados, Burlados y Apaleados…
Cuando el Presidente Truman tomó posesión en enero de 1949, inauguró la nueva estrategia hegemónica alrededor del “desarrollo” y de su contrario: el “subdesarrollo”, palabra inventada por el propio Presidente. Desde que esta categorización binaria se inauguró, millones de personas fueron trasladadas al mundo de los “subdesarrollados”, mayorías minorizadas objeto de programas de parte de los países “desarrollados”. Enteras sociedades, con poderosas civilizaciones diezmadas en nombre del “progreso”, se convirtieron en países “en vías de desarrollo”, “vías” interminables de infinito purgatorio, cargando la onerosa culpa de haber dejado pasar el tren del progreso. Burlados por el desarrollo que nunca fue y apaleados con deudas, pobreza, represión y desesperanza.
Iniciada la posguerra, se definieron –desde Naciones Unidas– estrategias y programas y cada “década de desarrollo” era la constatación de que algo no funcionaba. Se trató entonces de ampliar el concepto de desarrollo más allá del crecimiento y se añadieron nuevos adjetivos: social, endógeno, sostenible, humano, etc. En las posiciones oficiales de los organismos internacionales, las bases teóricas del modelo económico dominante no fueron cuestionadas: una concepción económica basada en la falsa premisa individualista de actores autónomos y atomizados, que compiten por sus intereses y preferencias, desligados de sus vínculos sociales y culturales
Costó tiempo. Tomó más de medio siglo entender algo tan sencillo como el hecho de que la economía no nace ni se reproduce en un ambiente aséptico de individuos separados de la sociedad. Costó creer que las condiciones de éxito de la economía están fuera de la economía misma, están en el tejido social y cultural que se convierte en espacio de interacción cuyos sujetos no son individuos “autónomos”, sino mujeres y hombres concretos, cargados de historia y sueños, familias, comunidades donde se producen no sólo bienes materiales, sino también valores de solidaridad y cooperación.
Economía social y Emprendimiento
Sobre las bases de la reflexión anterior, se comenzó a concebir la idea de un modelo económico socialmente orientado y el resultado –por lo menos el que resulta más pertinente por su propuesta alternativa- se conoce como Economía Social. Este modelo pretende superar la dicotomía entre el mercado capitalista y la economía estatal centralizada y planificada, dicotomía que se puede superar evitando la separación entre economía y sociedad, propia del paradigma económico ya señalado.
A pesar de la heterogeneidad del modelo, es posible identificar criterios distintivos propios de la economía social. Se trata de un modelo que no se basa en el capital, sino en el trabajo y el saber de la gente, por lo tanto, descansa en una lógica que no es la acumulación capitalista guiada por fines de lucro. Asimismo, el ámbito del trabajo se amplía no solamente al trabajo productivo sino también al reproductivo, que incluye las actividades que desempeñan las y los integrantes de la familia, en particular las mujeres. El eje del modelo, descansa en el desarrollo de las capacidades integrales del ser humano, su capacidad de aprendizaje; además, el desarrollo del ser humano se opone a cualquier tipo de práctica lesiva de la dignidad y sólo es posible en una sociedad que aspira al buen vivir. Finalmente, la economía social es una economía solidaria que produce valores (solidaridad, reciprocidad, reconocimiento) basados en el principio de responsabilidad entre seres humanos y con la madre tierra.
La economía que nace desde esta perspectiva, es social porque produce sociedad y no sólo bienes económicos; pero también produce valor agregado: puede contribuir a crear cohesión social, equidad, bienestar, políticas compartidas con instituciones públicas, creación de nuevos liderazgos de innovación en los territorios.
La economía social emerge desde la “opción preferencial para los pobres” pero no es una opción asistencialista dirigida a “pobres”. En efecto, las prioridades de los más vulnerables sólo se pueden enfrentar construyendo estructuras, políticas y espacios de acción y cooperación entre instituciones públicas y otros actores. Espacios y estructuras que, al asumir la responsabilidad por las necesidades de todos, asumen la prioridad de los más vulnerables.
Sobre las bases conceptuales de la Economía Social, se vino formulando la propuesta de Empresa Social basada en la integración de dos términos históricamente antagónicos: emprendimiento y social. La finalidad del emprendimiento social descansa en la generación de valor social, cultural o ambiental, a diferencia de otros tipos de emprendimientos que buscan generar riqueza económica. El emprendimiento social, puede ser considerado como una forma de propiciar el desarrollo local y puede considerarse como política local de desarrollo. En este sentido, lo local representa el espacio más adecuado para fomentar prácticas de emprendimiento social.
Bienes comunes y derechos fundamentales
Ante la búsqueda de alternativas a la dicotomía Estado-Mercado/Público-Privado, emerge la necesidad de redescubrir la dimensión de lo “común” en tanto que elemento fundamental para la convivencia humana, versus las tendencias a la desintegración del tejido social y al despilfarro de recursos naturales. Es un debate desafiante, tomando en cuenta la gran extensión y heterogeneidad de la noción de “bienes comunes”: ambiente, paisaje, clima, agua, cultura, convivencia, genoma humano, acceso a internet, fórmulas de vacunas en situación de pandemia…
La disponibilidad de bienes comunes está vinculada a la calidad de vida y a la felicidad, por eso los bienes comunes se caracterizan por ser funcionales al ejercicio de los derechos fundamentales del ser humano. Por lo tanto, a tales bienes se les puede reconocer un estatuto jurídico específico y, dependiendo del valor que se le otorga, pueden ser constitucionalizados.
Concluyendo: la dimensión continental de la economía social
En muchos países de nuestro continente se han venido implementando experiencias valiosas de economía social, algunas, como en Bolivia, Ecuador y Nicaragua por citar algunos ejemplos, han venido reconociendo constitucionalmente la legitimidad de otro modelo civilizatorio basado en la cosmovisión del buen vivir. Igualmente, se ha consolidado el conocimiento teórico y empírico sobre el tema, gracias al trabajo constante y al compromiso de científicos sociales que se han convertido en referentes sobre este tema, como, por ejemplo, el economista José Luis Coraggio, inspirador de estas líneas.